Un tipo afortunado
Fernán R. Cisnero
http://www.elpais.com.uyNO HAY QUE creer todo lo que se cuenta de Keith Richards, pero cómo ayuda. Ni sus memorias son confiables porque se sabe que no hay mentirosos más compulsivos que las estrellas de rock, una pandilla de mitómanos dedicados full time a alimentar su propio mito. Menos hay que confiar en una rockstar que alardea de tener una memoria inalterable al abuso de narcóticos y al paso del tiempo.
Richards como guitarrista es un alumno aplicado de los grandes maestros del rock y del blues más primitivo, dos senderos musicales (a los que sumaría el reggae, otro ritmo fundacional), de los que no sólo nunca se apartó, ni renegó, sino que ayudó a ampliar. Es un guitarrista inolvidable pero del montón en un rubro que lo que premia es la resistencia física más que la delicadeza: Richards está muy lejos, dicen, de un Hendrix, un Stevie Ray Vaughan, un Eddie Van Halen o un Jack White, por citar "héroes de la guitarra" con mayor prestigio como instrumentistas. Otros saben que los mejores guitarristas no son precisamente esos maratonistas y que en el fraseo de blues y en los acordes country-rock de Richards hay parajes en los que los virtuosos no se atreven a andar.
Lo que no se le dio en virtuosismo sí se le obsequió, y con creces, con una conexión de banda ancha entre sus manos y su cerebro capaz de aportar riffs (eso es, el estribillo guitarrero, ancla de recordación de las canciones) que nacen con grifa de clásicos. La lista es extensísima y abarca todos los éxitos sobre los que su banda, los Rolling Stones, han construido una carrera de 50 años. Allí habría que mencionar canciones como "(I Can`t Get No) Satisfaction", "Jumpin` Jack Flash", "Start Me Up" o más subestimadas como "Mixed Emotions" o "One Hit to The Body", para las cuales es fundamental esa repetida sucesión de acordes que, como en una matemática del ritmo, dan un resultado implacable. La fórmula viene del rock tradicional (el "Johnny B. Goode" de Chuck Berry, por ejemplo); Richards consiguió convertirla en un posgrado.
Para respaldarlo visualmente perfeccionó una gestualidad que alimenta la fantasía de miles de cultores del air guitar, el deporte de acompañar una canción con la mímica de un guitarrista. Siempre listo para la foto, Richards patentó un catálogo de movimientos entrecortados de piernas y brazos, manos que quedan suspendidas marcando el riff, mirada cómplice y andar displicente: la auténtica coreografía del rock. Richards volvió la pose un hecho artístico.
Eso le ayudó a ganarse la vida como ícono del género, un rango para el que estaba mandado a hacer. Durante 20 años disfrutó y estigmatizó el estilo de vida de la estrella de rock. El exceso de drogas, modelos y alcohol estuvo acompañado por un pico creativo, relaciones con la gente más interesante del momento, las mejores citas, una vida nómade al frente del circo más popular del mundo y un pasar de millonario. Pagó con algunos quebrantos de salud y un par de problemas con la justicia solucionados sin mayores consecuencias. Fue leal a sus amigos, parrandero incansable, hábil declarante y todo lo humilde que puede llegar a ser uno si le toca ser Keith Richards.
Como queda claro en sus memorias, su biografía luego derivó hacia el orgullo de ser esposo, suegro y abuelo sobrio con propiedades en lugares como Connecticut o Barbados, inmuebles de gama alta que disfruta sin pudor. Eso estuvo acompañado por la consagración de los Rolling Stones como una empresa de mercadeo que sólo requiere la presencia de sus dueños cuando salen de gira, un evento que es sensación mundial. Hay quienes critican lo lejos que está eso de la irreverencia original de la banda, poniendo reparos a una trayectoria que siempre tendió a la masividad: los Stones no quisieron ser otra cosa que una multinacional máquina de negocios, rock adulto y jet set.
Como Charlie Watts y Ron Wood entendieron hace tiempo y el testarudo Bill Wyman nunca se percató, los Rolling Stones son una empresa de Richards y su vocalista, socio compositivo y némesis, Mick Jagger. El encanto de Richards se sustenta en la imagen de colaboracionista de Jagger.
En todo caso, Jagger pagó por la sobreexposición y, justo es decirlo, unos discos solistas que desnudaban su ambición y un vestuario irritante. Eso le permitió a Richards y a sus leales culpar a Jagger -que ayudó muy poco para contrarrestar los cargos-, por los desvíos más comerciales de los Rolling Stones. Así Richards deslinda responsabilidades, por ejemplo, en la contratación de los productores para actualizar su "sonido" achacándolo a la voracidad comercial de Jagger. La acusación es injusta porque algunas de esas canciones más pop ("Miss You", "Emotional Rescue", "Undercover of the night"), son una parte atractiva de su discografía y la que los mantuvo populares.
No es de extrañar que los fragmentos más notorios de sus memorias, sean aquellos en los que Richards, en pose "pirata piola", se encarga de vapulear a su socio comercial. Son reproches, peleas de adolescentes eternos, que sirven para alimentar al mito más justificado del rock.