“….Todos habíamos oído tocar a Mick y lo conocíamos porque había trabajado con John Mayall y los Bluesbreakers. Todo el mundo me estaba mirando por ser el otro guitarra, pero mi actitud era de “toco con el que sea”. La única forma de saber si iba a funcionar era tocar juntos. Y juntos hicimos cosas geniales, algunas de las mejores que han hecho los Stones. Mick lo tenía todo: el toque melódico, un sostenido maravilloso y una habilidad especial para leer la canción; sacaba un sonido magnífico, una movida que conmovía; llegaba adonde quería ir yo incluso antes que yo. Había veces que me quedaba embobado escuchándolo, sobre todo cuando hacía slide, como por ejemplo en “Love in vain”. En ocasiones, cuando no estábamos más que calentando, improvisando un poco de jamming, yo me quedaba: ¡buah! Supongo que ahí surgía la emoción. El tipo me encantaba, me encantaba trabajar con él pero era muy tímido y muy distante. Yo tenía la sensación de que se producía un cierto acercamiento cuando estábamos trabajando en alguna movida o tocando y, cuando se soltaba el pelo, era muy pero muy gracioso, pero siempre me costó mucho adivinar algo más que no fuera el Mick Taylor que conocí el primer día. Se ve en la pantalla en Gimme Shelter: su cara no tiene expresión. Siempre estaba luchando consigo mismo en algún lugar en su interior y no hay mucho que pueda hacerse al respecto; con tíos así es lo que pasa: no hay forma de que salgan a la superficie, tienen que luchar contra sus propios demonios. Igual conseguías sacarlo de ahí durante un par de horas, hasta puede que una tarde o una noche enteras, pero al día siguiente volvía a estar rumiando algo. Dejémoslo en que no era el alma de la fiesta. Bueno, hay gente a la que le tienes que dejar su espacio. Al final te das cuente de que, con algunos tíos, el primer día que los conoces, te enseñan todo lo que vas a ver de ellos jamás…”
Del libro LIFE, de Keith Richards