No tengo el menor propósito de hablar del último disco de los Rolling Stones, disco casi con toda seguridad tan olímpicamente prescindible como casi toda su producción. Porque, en el caso de los Stones, hay que hablar más de producción que de obra.
No es de extrañar que los Stones sigan teniendo predicamento. Menos aún de extrañar es que lo sigan recibiendo en España hoy por hoy o, al menos, mayor que el que puedan recibir bandas actuales quizá menores pero mil veces más interesantes (no sé, Her Space Holiday, Ghost, Oranger .... no hablemos de las últimas obras maestras de Liars o Radian, por favor): ya sabemos que la macarrada siempre ha "vendido" bien en nuestra vitalista nación, que el estilo de vida rock se ve con gracia, que los "alcaldes rockeros", los "curas rockeros" y demás lo que sea pero rockero agrada a los consumidores de costumbrismo.
Los Stones son un buen ejemplo de vida rock, supongo. Siguen grabando las mismas mediocridades, siguen manteniéndose delgados y conservando el cabello, siguen haciendo giras multitudinarias (la excusa es el "nuevo" disco, como siempre, como más allá de siempre), siguen .... No, no sólo ellos. Me imagino que por doquier, en todo magazine de caja tonta y cuando dejen sitio los subhéroes del corazón, se hablará y no se parará de sus satánicas majestades, en honor de uno de sus peores discos, que ya es decir.
Hace unos días vi a Bill Wyman, en una entrevista. Ya mayorcete, vestido informal pero conservador, con gafitas redondas. Su expresión .... ¿qué quería decir? No sé, tal vez "mereció la pena, vivimos grandes cosas". O puede que "en la juventud se hacen las locuras, ahora soy mayor y quiero vivir de rentas". O "que no te engañe mi aspecto, lsa locuras para mí no han acabado, pero puedo permitirme ya una pose muy señorial y muy inglesa". O "estoy satisfecho, ¿no se me ve la cara de satisfacción?, la de tías que han pasado por mis manos gracias a que me enchufaron en la banda del Morros". Aunque yo prefiero pensar que su expresión era, sencillamente, "la farsa sigue". ¿Qué tal una colaboración con la actual Goldfrapp, puestos en plan jetas?
Los Stones, dos caras. Los amantes del blues que no van más allá de hacer una versión aguada, blanquecina y sin gancho de lo que se cocía en el Delta. Los seguidores del country, pero no lo bastante respetuosos en este caso (la deplorable "Dear doctor", punto negro de uno de sus mejores discos). Los salvajes cuyo salvajismo no va más allá de un par de contravenciones que en los sesenta llamaban la atención pero que hoy por hoy son más dignas de un "Tell me" en que Imanol Arias bien pudiera ser, hum, ¿Robert Carlyle? Quienes se limitaron a hacer de sí mismos una versión seguidista y mala-malota de los Beatles, a quienes siguieron perrunamente intentando emular sus aciertos y enfangarse en sus mismos lodos, sustituyendo no obstante la grosella por la resina del cáñamo. ¿Cómo voy a amarte con 64 años si es un asco envejecer, estúpida? Beatles que experimentan, pues Stones que experimentan, Beatles que se vuelven psicodélicos, Stones que procuran hacer lo propio, Beatles que intentan hacer un fresco de las "sensaciones" de su sociedad (su notable y desequilibrado disco blanco), Stones que se arrancan con un banquete de mendigos .... Cuando los Beatles se separan, ¿qué les queda a los otros?
Su conversión, dejando aparte el magnífico paréntesis de "Exile on Main Street", en dinosaurios estaba servida: mientras un puñado de teutones cambiaba para siempre la faz del rock, los Stones tenían la cara de decir que era sólo rock-and-roll. Y forrarse, además. Después, seguimos por el caminito de lo predecible: coqueteos con el disco, una falaz cobertura "comprometida" en algún despistado trabajo ochentero, colaboraciones "de lujo" para sus últimas entregas. Por no hablar del impresentable río de plagios que han llevado a cabo los gemelos brillantes. Los Stones representan todo lo de mediocre, superficial y absolutamente manso que puede haber en el rock.
Así que servidor, enamorado del otro rock, del rock autoexigente, hondo y tocapelotas, sólo puede desearles a los Stones una muerte tan indolora (¡y lejana!, por Dios) como su musiquilla.