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Temas - Marcelo Quatraro

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Rolling Stones / KR: LA EVOLUCIÓN DE LA ESPECIE
« on: Octubre 28, 2015, 01:27:10 pm »
http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/radar/9-11002-2015-10-28.html


MUSICA > KEITH RICHARDS
LA EVOLUCIÓN DE LA ESPECIE

A los (casi) 72 años, una edad que nadie le auguraba, Keith Richards lanzó su tercer disco solista, el magnífico Crosseyed Heart, donde trabaja con su compinche Steve Jordan y despliega su buen gusto de explorador por las músicas que ama: el rock and roll, el blues, el country, el reggae. Y viene acompañado por un documental también excelente, Under the Influence, que se puede ver por Netflix, que documenta el proceso de grabación y creación del disco y logra algo increíble: que su historia, contada tantas veces –incluso por él mismo–, parezca nueva.

Por Sergio Marchi
A su manera, el hombre es un filósofo. Su sistema de ideas está bien asentado y lo sabe articular para consumo público. Lejos de convertirse en un venerable anciano, Keith Richards sostiene: “Yo no envejezco, evoluciono”.


En noviembre llegará a los 72 años, una edad que para el hombre moderno no es tan avanzada, merced a los adelantos que ha hecho la medicina en los últimos cincuenta años que Richards ha tocado con los Rolling Stones, convirtiéndose de a poco en su esencia. No obstante, 72 años es mucho para un rockero y un milagro específicamente hablando de él. Encabezó la tabla de aquellos candidatos a caer por la borda en los ’70, cuando cargaba unos treinta y pocos, pero rebajes y brebajes le permitieron habitar una actualidad en la que se da una paradoja: el último sobreviviente rockero, se convierte por derecho propio, en el primer bluesman que da la camada del rock. Aunque su disco, Crosseyed Heart, tenga solo unos amagues de blues y se pierda por el camino del eclecticismo.

Es el tercer trabajo como solista de un hombre que es conocido por ser el Mascherano de los Rolling Stones: un jugador que se sacrifica por el equipo y que sabe como distribuir el juego. Se la tira larga a Mick Jagger para que corra de una punta a la otra del escenario; lo mantiene a Charlie Watts atrás, en la batería, para que cuide el arco; manda a Ronnie Wood a cabecear el centro mientras él permanece en el círculo central del campo controlándolo todo. Crosseyed Heart, en ese esquema, es un partido de potrero donde se cuidan las buenas costumbres pero no se abusa de la gambeta. A puro corazón y pases cortos, Keith Richards hilvana un disco en el que puede hacer lo que más le gusta: el roll.

Antes, se queja un poco del rock. “Lo transformaron en una marcha –dice–. Del rock and roll nunca me canso, pero sí me canso de la música rock que es la versión del hombre blanco. Quiero decir: discúlpenme, prefiero el roll”. En un silogismo, describe el problema que enfrenta buena parte de la música que hoy se llama rock, aunque no por esto descubrió la pólvora: Duke Ellington advirtió esa dificultad desde el jazz en 1931 cuando compuso “It Don’t Mean a Thing if it Ain’t Got That Swing” (si no tiene swing, no tiene nada). Al rock le robaron el roll, y Keith Richards tiene encanutada una reserva que le alcanzará hasta que le suene el silbato final. El rock sin el roll, no tiene gracia, es una marcha: es Mick Jagger solista.

Crosseyed Heart pone de relevancia esa cuestión. A Keith Richards no le interesa la producción, el despliegue, la sofisticación vana, el pavoneo ni la fuerza bruta. Para él todo está en ese pequeño sesgo rítmico que es el roll, que desarticula sutilmente al rock y lo convierte en algo vivo, algo sexual, conectado con la tierra y con la sangre, sin por eso estar anclado al suelo: frecuenta una sintonía de liviandad. “De eso se trata el rock and roll –resume Richards–, tocás y te hace levitar. Y sucede cuando los tipos alrededor tocan y vos decís: ‘Ellos también lo sienten. Lo sé’. Y buscás esos momentos donde volás. Y tratás que duren el mayor tiempo posible porque es una de las mejores sensaciones del mundo. Tal vez solo sea rock and roll, pero te digo algo: es de puta madre”.

La misma calificación merece Under the Influence, el documental de Netflix que salió el mismo día que Crosseyed Heart. Su director es Morgan Neville, un cineasta apasionado por la música y obsesionado por el detalle, que dirigió documentales sobre Muddy Waters, el sello Stax y Johnny Cash (también realizó el largometraje 20 Feet From Stardom, dedicado a las coristas de las estrellas), y que se las ingenió para contar la historia de Richards, conocida, trillada y mitologizada hasta el cansancio, y hacerla parecer nueva. Under the Influence cuenta la historia de... un folklorista. Patea al demonio el estereotipo del rockero más gastado de todos los tiempos, archiva la gloria del sobreviviente que lanza carcajadas ante el aliento de la muerte, y muestra a Keith Richards como lo que es hoy: un músico que ama y venera sus raíces. Pero no cualquier músico, sino uno que desafió la tradición y ahora se convirtió en su encarnadura.

Crosseyed Heart y Under the Influence se retroalimentan el uno al otro; el documental explica al disco, pero no lo suficiente como para entenderlo del todo en modo visual y predigerido. Lo que hace es poner el foco en el hombre, el artista que se toma su pasión con una seriedad que no requiere de sobriedad: Keith Richards lanza carcajadas todo el tiempo como si fuera “un cuervo atascado en una chimenea”, tal como lo describió acertadamente la periodista y escritora británica Caitlin Moran. Es la risa con la que Richards remata sus agudas sentencias lo que destartala cualquier atisbo de solemnidad. Es una risa fermentada, alimentada a tabaco y macerada con rones de los siete mares y glaciares de capas geológicas no determinadas. Es la risa de un pirata, sí, pero también la de un hombre que lo ha vivido todo, y que todavía encuentra a la vida un tanto misteriosa, inexplicable e impredecible. “La vida es algo divertido –describe Keith–, pero siempre supuse que se terminaría a los treinta, que vivir después sería algo horrible. Hasta que cumplí treinta y uno. Ahí pensé que no era tan malo, que lo iba a hacer por un rato más”. Y lanza su graznido en forma de risotada.

PALO Y A LA BOLSA

Keith Richards camina por un parque, descalzo, con una camisa, unos jeans, la cabellera canosa flameando al viento, y tiene onda: no es, para nada, un viejito pisando el pasto. También tiene puesta una vincha con los colores rastafaris. Las arrugas de la cara, esos caminos legendarios, parecen ser menos pero más profundos. Se ríe más, y su piel tiene la apariencia de un quelonio de cientos de años: el hombre no parece preocupado por la cámara que lo registra al detalle. Está muy acostumbrado. Y el documental arranca con música de... Mozart. Da la impresión que algo no encaja, pero todo está en su lugar: fue uno de los tantos nutrientes de su cultura musical. Under the Influence busca la raíz de Keith Richards y él la muestra como si fuera una cicatriz o un tatuaje. Habla de su abuelo y su guitarra, de su madre y la radio, de su padre y su ausencia para contar la historia de una reconciliación histórica. “Cuando me fui de casa, mis padres se divorciaron. No volví a saber de mi viejo durante veinte años. Luego le escribí una carta y lo invité a casa. Ese día en el que vino, lo tenía a Ronnie Wood a mi lado como protección: así de asustado estaba yo. Y entró un señor muy viejito con piernas muy frágiles. Pero era papá. Y no nos despegamos durante los próximos veinte años. Vino conmigo a cada show, a cada presentación, y disfruté mucho mostrándole el mundo, y creo que él también disfrutó mucho viéndolo conmigo”. Sí, habla del mismo padre cuyas cenizas supuestamente inhaló, aunque más no fuera una pizca.

Lo que hace Under the Influence es perseguir a Crosseyed Heart por una ruta paralela. El álbum no está hecho para conquistar el mundo, sino para que Keith Richards sea indulgente consigo y explore las músicas que ama: el rock and roll, el blues, el country, el reggae. Como siempre requiere de un cómplice, un partícipe necesario, y en su carrera monoplaza ese es Steve Jordan, el baterista negro que conoció cuando tuvo que reemplazar a Charlie Watts en los Rolling Stones durante la grabación de Dirty Work (1986), porque el incólumne Watts se había despeñado en los acantilados de la heroína, como muchos de sus héroes del jazz. Jordan realizó un trabajo muy limpio (para un disco llamado “trabajo sucio”) y no se notó: he ahí el mérito. Curiosamente, fue Watts el que lo detectó, al verlo en la banda del programa Saturday Night Live. Y se lo marcó a Richards, que nunca olvidó el dato.

Dirty Work inició el período que Richards definió como la Tercera Guerra Mundial dentro de los Stones, y Keith necesitaba mantenerse ocupado. Le ofrecieron producir a Aretha Franklin haciendo “Jumpin’ Jack Flash” y convocó a Jordan. Y poco después indujo a Chuck Berry a que lo eligiera como baterista, mostrándole videos de músicos con el objeto de armar una banda para el documental Hail! Hail! Rock’n Roll. El astuto Keith le hizo ver unos shows de Saturday Night Live, y Chuck Berry que, hay que recordar, era el ídolo de la infancia de Keith, cayó en el lazo. “Me gusta ese baterista”, dijo y Richards lo llamó. Pero en los videos la cabeza de Jordan caía en un ángulo fuera de la pantalla: Chuck Berry lo conoció en persona, lo vio con trenzas rastas y pensó que no se trataba de la misma persona. Que Richards estaba tratando de joderlo. Lógicamente, tras sobrevivir al documental sobre Berry, Richards y Jordan se volvieron inseparables, y el baterista es desde entonces la mano derecha musical de cualquier proyecto de Keith fuera de los Stones.

Richards estuvo más astuto aún cuando terminó de escribir su laureada autobiografía, Life, y deslizó que ya estaba listo para el retiro. Su objetivo era asustar a los otros Stones para que salieran de la madriguera, pero el que entró en pánico fue Steve Jordan, que le propuso que fueran al estudio a grabar sin rumbo fijo; era invitar a Keith a jugar el juego que más le gusta. Es por eso que casi todos los temas de Crosseyed Heart comienzan con la batería de Jordan; Keith lo programa con pocas palabras como “dame un ritmo reggae”. Y unas horas más tarde está cocinada una hermosa versión de “Love Overdue”, de Gregory Isaacs. El método más viejo del mundo: palo y a la bolsa. Y como si fuera poco hizo que los Stones salieran a celebrar sus cincuenta años y ya planeen un nuevo álbum de estudio. En febrero, vuelven a la Argentina. Ganancia pura para Keith Richards que ama las giras y las grabaciones: ¿cómo no reírse, entonces?

El negro norte

Esa mecánica de guitarra y batería sin bajo que Keith y Jordan practicaron durante el tiempo de cocción de Crosseyed Heart, fue concebida mucho antes que los White Stripes supieran lo que es un parche de bombo. Richards la inauguró con Charlie Watts a fines de los ’60, cocinando a fuego lento clásicos como “Sympathy For The Devil”, como se puede ver en Under the Influence, que documenta la transformación de lo que era una balada a lo Dylan en un samba del inframundo. Con Brian Jones presente de cuerpo y alma, sin el deterioro con el que muchos biógrafos adornaron su caída del cuartel stone. También es muy divertido el re-enactment de distorsionar una guitarra acústica con un grabador a teclas como se hizo en “Street Fighting Man” originalmente. Richards lo vuelve a poner en práctica, ante el oído atónito de su perro, que solo despertó durante la reproducción.

Crosseyed Heart se grabó en idénticas condiciones de informalidad, en un estudio neoyorquino donde Richards trabajó básicamente con Steve Jordan, y el resto de los X-Pensive Winos (Waddy Watchel, Ivan Neville y Sarah Dash), fue interviniendo a como diese lugar el azar de los horarios. Norah Jones cantó a dúo con el stone, “Illusion” desde Australia, uno de esos soft-soul de Memphis que Richards utiliza tanto como solista. Y ahí está la gracia de este disco: con los Stones, Keith trabaja como el Stone Central. Sin ellos, busca la dulzura del country más rancio (“Robbed Blind”), el rhythm & blues mid-tempo (el espectacular “Nothing on me”), el rock and roll light (“Blues in the Morning”) o el hard-funk disipado (“Sustancial Bamage”). Es decir: se escapa del marco. Se convierte en el navegante que conoce los estilos tradicionales, aunque su brújula esté un poco imantada hacia la música negra. Ese es su Norte.

“Ya no soy una estrella pop. Y no quiero serlo”, resume. Tiene razón: que esa apetencia quede para los realities. Los músicos de verdad, como Keith Richards, prefieren el oleaje de la vida real. Por eso, investigan a fondo sus raíces, y luego las hacen suyas. “Mi idea del cielo es ser una estrella de rock que nadie ve. Totalmente anónima. A veces debés salir y hacer ciertas cosas. No podés comprar un personaje. Podés inventarlo o ser él”. Finalmente, se concluye en que Keith Richards ha sido todos estos años, simplemente un músico. Y que la parte del personaje solo fue una puesta en escena lo suficientemente dramática como para que el músico sea escuchado.

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Rolling Stones / Pregunta a Mc Fly (Marco)
« on: Octubre 22, 2015, 11:37:15 am »
Ud. amigo que volvió del futuro sabe algo sobre este Tour que se viene?
America campeon del mundo o River?



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Rolling Stones / Y un 17 de octubre empezo la leyenda....
« on: Octubre 17, 2015, 11:17:06 am »
2 disco
2 amigo
1 estacion de tren
1 reencuentro
Y ahi empezo TODO.

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Rolling Stones / huMILLE rON!!
« on: Septiembre 29, 2015, 07:58:10 am »

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Rolling Stones / RollingStone americana y la opinion del Crosseyed Heart
« on: Septiembre 15, 2015, 08:00:59 am »
http://www.rollingstone.com/music/albumreviews/keith-richards-crosseyed-heart-20150914

Crosseyed Heart
Keith Richards' first solo album since 1992 opens like a fever dream, with the 71-year-old rock god croaking acoustic blues like Robert Johnson after burning down a half-ounce spliff. But it's a feint. "All right, that's all I got," he snaps just under two minutes in, before upshifting into his most eccentric and best-ever solo set. Crosseyed Heart is the sound of Richards following his pleasure wherever it leads, with a lean, simpatico team including longtime session pals Steve Jordan, Ivan Neville and Waddy Wachtel backing him up all the way.

Naturally, there's a dip into roots reggae: Gregory Isaacs' 1974 lovers' rock signature, "Love Overdue," complete with brass and Neville's sweet backing vocals. There's also a straight read of "Goodnight Irene," a folk standard that Richards likely heard as a kid when the Weavers' version charted in 1950. Two originals are as strong as any Stones songs of recent decades: "Robbed Blind," a "Dead Flowers"-scented outlaw-country ballad that echoes Merle Haggard's "Sing Me Back Home," and "Trouble," all hiccup-riff swagger with a slide-guitar mash note from Wachtel to ex-Stone Mick Taylor. There's a charmingly cheeky duet with Norah Jones ("Illusion"), and some beautifully telling moments (see "Amnesia") where Keith's guitar is nearly everything — his sublime grooves sprouting melodic blooms and thorny leads. It's proof that, at core, dude's an army of one. 



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Rolling Stones / OOOOTRO TEMA!
« on: Septiembre 07, 2015, 12:03:33 pm »
"Love overdue" (6), es el tema que se acaba de liberar para escuchar.
el regaee de keith!!

http://www.keithrichards.com/crosseyedheart


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Rolling Stones / EL DEL BURRITO CUMPLE 45 AÑOS.
« on: Septiembre 04, 2015, 09:25:34 am »
Get Yer Ya-Ya's Out! (4/09/70).
Para muchos el mejor en vivo de ELLOS
no Roger?

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Rolling Stones / OOOOTRO TEMA!!!
« on: Agosto 31, 2015, 12:16:44 pm »
 "Robbed Blind" (4) es el nuevo tema que podemos escuchar.
‪#‎CrosseyedHeart‬

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Rolling Stones / ENEMIGOS ÍNTIMOS
« on: Agosto 30, 2015, 06:13:28 pm »
Nota sobre libro Beatles vs Stones

http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/radar/9-10863-2015-08-30.html


Cuando en 1963 los Beatles se lanzaron al mundo como una fuerza imparable, los Rolling Stones asomaban la cabeza con un tema compuesto por Lennon y McCartney. Y sin embargo, a lo largo de las siguientes dos décadas, se convertirían en uno de los clásicos pares del enfrentamiento de estilos, modos de ver el mundo y, por supuesto, de formas de ser jóvenes del siglo XX. A pesar de todo, nadie había indagado en profundidad en esta relación entre bandas y personas, hasta que el historiador norteamericano John McMillian decidió tomar el asunto más en serio como deriva de una investigación sobre izquierda, hippismo y contracultura. ¿Fueron realmente rivales Mick Jagger, John Lennon, Keith Richards y Paul McCartney? ¿Absorbieron los rasgos del otro para darlos vuelta? ¿Se comunicaban las fechas de los recitales para no superponerse? En esta entrevista, el autor de Beatles vs. Stones cuenta acerca de los entretelones de esta relación. Además, una lectura de 100 veces Stones, el libro de José Bellas y Fernando García que indaga en la inagotable pasión argentina por Sus Majestades Satánicas y la rivalidad local entre ambas bandas.

Por Sergio Marchi
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“No envidio a esos Beatles”, dijo Mick Jagger, completamente relajado sobre la cubierta de un yate llamado “Princess”, que surcaba en absoluta calma las aguas del río Hudson en Nueva York. “Miren cuánta libertad tenemos nosotros –prosiguió con su monserga–, y ellos están encerrados en la habitación de un hotel, sin poder siquiera subirse a un auto, y mucho menos hacer algo como esto.” El 15 de agosto de 1965, los Beatles lidiaban con el concierto más estresante de sus carreras en el Shea Stadium, con un aforo de 55.600 personas (record durante mucho tiempo), absolutamente desbordado de chicas con las hormonas en completa vibración en los tiempos de la popularización de la píldora anticonceptiva. El griterío era aterrador, y los Beatles no escucharon casi nada de lo que tocaron, pero aun así, ese show fue todo un éxito desde que las aspas del helicóptero que los transportaba comenzaron a escucharse en el estadio. Fue una locura que los Rolling Stones presenciaron de primera mano, sentados en el banquito de los visitantes. Luego se compadecieron de sus amigos. ¿O envidiaban a sus enemigos?

Desde que en 1963 los Beatles provocaron un sismo artístico y los Rolling Stones tuvieron su primer éxito con un tema compuesto por Lennon y McCartney, la rivalidad, la amistad y la fluctuante relación entre ambas bandas fue una de las tantas especias con las que la historia del rock quedó sazonada para siempre. Históricamente, se bajaron dos líneas. La primera fue la que fogoneó el inefable Andrew Loog Oldman, manager de los Stones, ex publicista de los Beatles, y quien produjo el increíble encuentro que derivó en esa colaboración espontánea que salvó a los Stones de la debacle de no tener temas propios. Casi delante de sus narices, John y Paul sacaron de su galera “I Wanna Be Your Man”, que interpretada por los Stones llegó al número dos del ranking inglés, catapultando su carrera.

Asimismo, Oldham fue el que le echó carbón a la máquina de la confrontación, presentando a los Rolling Stones como la contracara depravada de unos pulcros Beatles. Acuñó el slogan: “¿Usted dejaría que su hija se casara con un Rolling Stone?” De esa manera, su grupo se colocaba como rival antagónico de los de Liverpool y además crecía unos cuantos centímetros en la difícil puja por la atención de la opinión pública. La prensa comprendió el juego rápidamente y tituló: “Los Beatles quieren tomar su mano, pero los Stones desean el cuerpo entero”.

Cuando los ‘60 corrieron el telón de su historia, apareció la segunda corriente, que aseguraba que toda rivalidad entre ambos era una farsa, un producto promocional que sirvió a ambos grupos, cordiales camaradas que hasta solían llamarse para verificar fechas de ediciones de simples y álbumes, a fin de no superponerse.

Mick Jagger: “Cuando los Beatles hacían sus primeras grabaciones, Inglaterra era una tierra desolada (...) En ese punto, los Rolling Stones tocábamos en pequeños clubes de Londres, haciendo temas de Chuck Berry, blues y cosas así. Nos encantaba, éramos bastante desprolijos y nos creíamos únicos, auténticos animales. Y de repente... escuchamos que había un grupito de Liverpool (frunce la nariz), y en esa época Liverpool era algo muy lejano. No importa, este grupo... usaban pelos largos, ropa descuidada, pero además tenían un contrato de grabación (se ríe), y un disco en los rankings con una armónica blusera llamado ‘Love Me Do’. Cuando me enteré de todas estas cosas, me sentí enfermo”.

El speech de Jagger, además de ser simpáticamente honesto, muestra que al menos a casi treinta años de la debacle beatle, todavía recordaba muy bien aquella vieja rivalidad. Y es probable que por siempre sea así. Después de todo, aunque el mundo haya comprobado que se puede disfrutar de ambas bandas sin remordimiento, a la gente le gustaba esa polémica. Era clara y definida: hoy es histórica. Si se es del campamento “beatle”, predomina la forma y la estética por sobre los atributos stones de sangre y degeneración. Es el viejo duelo de apolíneos y dionisíacos pero dirimido con guitarras eléctricas. Jagger concluyó su discurso diciendo: “Vivimos tiempos muy extraños. Tuvimos una suerte de rivalidad en los primeros años y también un poco de fricción, pero terminamos siempre amigos. Y me gusta pensar que todavía lo somos. Porque aquéllos fueron algunos de los mejores años de nuestras vidas”.

Una idea cantada

Terminamos siempre amigos. Y es verdad; Keith Richards escribió en Life, su autobiografía, que “éramos una sociedad de mutua admiración; Mick y yo admirábamos sus armonías, su capacidad compositiva, y ellos envidiaban nuestra libertad de movimientos y nuestra imagen”. Esta segunda interpretación de la historia es la que terminó por ser la definitiva. Pero cada tanto hay alguien dispuesto a revolver el avispero, y el revisionismo histórico siempre se alimentó de eso, a menudo con argumentos traídos de los pelos y corriendo a toda velocidad si las avispas se colocaban en posición de ataque. John McMillian tuvo una idea que de tan obvia a nadie se le había ocurrido. Escribir un libro sobre la confrontación entre las dos bandas más importantes de la historia. Nació cuando los Beatles se separaban y los Stones soportaban las secuelas del desastre del festival de Altamont, donde uno de sus fans fue apuñalado por un Hell Angel, supuestamente encargado de la seguridad. “Nunca nadie –le explica a Radar McMillian– había hecho un libro sobre la competencia y la camaradería entre Beatles y Stones.”

McMillian es profesor asistente de la Universidad de Georgia y tiene un doctorado en Historia. Su primer libro se llamó Smoking Typewriters: The Sixties Underground Press and the Rise of Alternative Media in America, un estudio sobre la prensa underground de fines de los años ‘60, “una vasta red de periódicos de izquierda que fueron leídos por hippies y activistas en los tiempos de Vietnam”, aclara el autor. “En el transcurso de esa investigación, encontré algunos artículos de esos periódicos que versaban sobre las supuestas ideologías políticas de Beatles y Stones durante el verano de 1968, que es cuando los Beatles lanzaron Revolution y los Stones publicaron Street Fightin’ Man. Y mucho de ese material nunca apareció en ningún libro sobre alguna de las dos bandas. Presumí que no había mucho más que decir sobre la rivalidad entre Beatles y Stones, pero estaba equivocado.”

Beatles Vs. Stones es un texto muy riguroso e interesante que consigna cómo a lo largo del tiempo, la relación entre los dos grupos transitó por una franja gris donde la amistad y la cooperación a menudo daban paso a los celos y la competencia sin cuartel. Muchos de aquellos hechos ya forman parte del canon de la historia del rock, y son harto conocidos. Pero otros han sido pasados por alto, y es allí donde McMillian hace valer su oficio de historiador y se interna en la arqueología para sopesar evidencias, cuestionar algunos supuestos hechos, y tratar de encontrar la verdad. “Intenté ser lo más meticuloso posible y llegar a la versión más exacta de los hechos”, responde desde Atlanta, Georgia, donde reside y ejerce la docencia.

¿Pensás que esta rivalidad entre los dos grupos todavía es importante?

–¡Por supuesto! ¡A la gente todavía le importa! El libro pronto va a estar disponible en siete idiomas: holandés, alemán, italiano, búlgaro, noruego, japonés, y por supuesto, castellano. Y frecuentemente converso con gente que todavía se identifica apasionadamente con un grupo o con el otro. Pero supongo que la rivalidad era mucho más intensa en los ‘60, sobre todo en Inglaterra.

¿Y donde está tu corazoncito? ¿Beatles o Stones?

–No quisiera revelar mi gusto personal, pero lo tengo. No desearía ser descortés, pero me prometí a mí mismo con este libro no identificar la banda de mi preferencia. Principalmente, porque no soy un crítico de rock, soy un historiador. En cambio, traté de yuxtaponer las carreras de los Beatles y los Stones; examiné sus interrelaciones y mostré cómo esa rivalidad estuvo construida por los fans, por los medios y, en menor medida, por los propios grupos.

El haber estudiado en detenimiento los movimientos políticos radicales estadounidenses a fines de los ‘60, te da una gran ventaja a la hora de analizar las posiciones políticas de ambas bandas.

–Me parece que lo interesante sobre el tema es que ni Beatles ni Stones eran políticamente astutos o comprometidos. A través de la mayor parte de los años 60, los Beatles trataron de evitar hacer cualquier declaración política por miedo a alienar a su público. Y aunque John Lennon era una persona fascinante, realmente no comenzó a identificarse con la izquierda hasta el final de la carrera de los Beatles, cuando se encontraba bajo la fuerte influencia de Yoko Ono. Y tampoco estaba muy bien informado. Queda abierto al debate, pero la única canción verdaderamente de protesta que los Beatles hicieron fue “Taxman”, por la gran cantidad de divisas que se vieron forzados a pagar de impuestos. Y el radicalismo de los Stones fue, en restrospectiva, sólo una fase pasajera. Ellos tuvieron un breve lapso a fines de 1968 y a comienzos de 1969, donde dieron la impresión de identificarse con la Nueva Izquierda, pero realmente nunca se comprometieron a ningún tipo de meta política.

Para comenzar a calentar guantes, John McMillian eligió una anécdota memorable que aconteció en ese período tan político de ambos grupos, que coincidía con la guerra de Vietnam, el Mayo Francés, el protagonismo de la Nueva Izquierda americana, la aparición del hippie como sujeto social y, hay que decirlo, la cantidad de droga circulante que operaba como santo y seña entre los entendidos. No por nada, esa anécdota la contó Tony Sánchez, que fue el abastecedor de químicos de Richards, en su libro Up and down with the Rolling Stones.

Fue durante el inolvidable verano inglés de 1968, en un club llamado Vesubio y regenteado por el mismo Sánchez, que Mick Jagger compartió con todos los presentes (la crema y nata del ambiente artístico londinense) la primera escucha de Beggars Banquet, el álbum con el que los Rolling Stones regresaron a las raíces, tras su fallida excursión psicodélica. Pocas canciones más tarde, Paul McCartney ingresó al local con una copia del simple Hey Jude/ Revolution, y se robó la fiesta. Sánchez recordó lo molesto que se mostró Mick: el beatle le había quitado el protagonismo.

Sin ánimo de agregar pimienta a un platillo que de por sí es picante, McMillian trata estos asuntos de manera casi clínica, y agrega pies de página para explicar de dónde sale cada relato, lo que le agrega veracidad al suyo, y no siempre le resta épica, porque los acontecimientos de por sí fueron lo suficientemente impresionantes. A veces, el no conocer bien el terreno del rock lo lleva a pasos en falso, como la narración del desastre de Altamont: los Hell’s Angels no portaban tacos de billar; a lo sumo, habrán utilizado un bate de béisbol, aunque todos los libros de historia aseguran que a esa patota agresiva los unía el amor por el filo de sus navajas y puñales.

Salvando ese tipo de detalles, John McMillian sale airoso de la prueba de cotejar ambas carreras, superponerlas, y detallar los puntos de conflictos y coincidencias. “Es difícil decir cuánto tiempo me llevó este proyecto porque publiqué un ensayo sobre Beatles y Stones en 2007, pero me demoré un par de años en presentar una propuesta formal para un libro. Creo que firmé contrato en el 2009, pero no arranqué a escribir hasta pasado un buen tiempo; para hacerla corta, escribí bajo presión y me sumergí en la materia por completo, que es uno de los aspectos más gratificantes de mi trabajo”.

¿Cómo hiciste para dirimir las controversias históricas? Es decir, cuando dos o tres autores sostienen una versión de los hechos, y otra cantidad de autores similares dicen que las cosas sucedieron de otra manera.

–Uno de los inconvenientes de escribir sobre la historia del rock es que muchas biografías muy populares y los artículos también, a veces son sensacionalistas. O ciertos mitos y leyendas son contados una y otra vez, y esos hechos nunca fueron verificados. Es algo con lo que los historiadores tenemos que estar permanentemente en guardia. Ejemplos: conocidos escritores de rock parecen haber inventado algunos detalles como para darles vivacidad a sus relatos, o para que parezcan más verosímiles. No tengo paciencia para esas cosas.

¿De qué tipo de detalles estamos hablando?

–A veces encuentro detalles que simplemente no parecen existir en las fuentes primarias de los relatos. Un ejemplo concreto es la biografía de Stephen Davis sobre los Rolling Stone, Old Gods Almost Dead. Allí cuenta que, mientras observaba a los Beatles alistándose para salir a escena, Mick Jagger se sorprendió al ver que usaban maquillaje. Mick era muy nuevito en ese tiempo, entonces la conclusión era que para él el hecho de que un hombre usara maquillaje lo volvía algo afeminado. De acuerdo con Davis: “McCartney dice que la siguiente vez que (Los Beatles) vieron a los Stones, Mick parecía decorado como un pastel”. Eso suena como algo que pudo haber sucedido, pero Davis no entrevistó a ninguno de los miembros de Beatles o Stones; no dice dónde escuchó la historia, ni esos hechos aparecen en alguna de las fuentes primarias que yo examiné. Hay muchos ejemplos. Tan solo enfatizo que como historiador profesional, aprendí que conviene ser escéptico cuando uno se adentra a través de la evidencia.

¿Fue ésa la mayor dificultad al escribir Beatles Vs. Stones?

–Lo más difícil, siempre, es sentarse y escribirlo. Como dijo Dorothy Parker: “No me gusta escribir; prefiero ser escrita”, y me identifico con eso. Pero la investigación también implicó un gran desafío. Traté de usar muchas fuentes que otros investigadores pasaron por alto, especialmente periódicos underground o revistas para adolescentes de comienzos de los años 60. Especialmente ésas, fueron muy difíciles de conseguir; no se encuentran ni en bibliotecas ni en archivos de universidades. Así es que terminé gastando mucho dinero en comprar revistas viejas o diarios que encontré en Internet.

Hombres que pelean en la calle

Quizás el punto más urticante y polémico del libro de McMillian sea el menos discutible de acuerdo con la información que él y otros autores suministran sobre la procedencia social y la reputación inicial tanto de los Beatles como de los Rolling Stones. Sin retorcer la historia y con buena muñeca para extraer información de fuentes conocidas, McMillian lo contó así: “Los Beatles siguieron el juego a Brian en cuando a adecentar su imagen pública, no porque quisieran ponerse unos trajes estupendos, sino porque gradualmente se fueron convenciendo de que tenía razón. ‘Debíamos elegir entre salir adelante o seguir comiendo pollo en el escenario’, comentó Lennon. En cualquier caso, la matemorfosis no fue instantánea: primero desaparecieron las chaquetas de cuero, y más adelante los vaqueros fueron sustituidos por pantalones elegantes.

En cuanto a los Rolling Stones, el autor escribió: “En todo caso, cuando los Stones demostraron posteriormente que tener mucho éxito y comportarse como auténticos gamberros era compatible, Lennon se mostró basatante molesto. ‘Siempre creyó que los Stones habían robado la imagen ‘original’ de los Beatles’, comenta Chris Hutchins, que era amigo de ambas bandas. Sin los Beatles, razonaba Lennon, los Stones nunca habrían podido llegar tan lejos.”

En el epílogo del libro, McMillian parece revelar esa preferencia que durante todo el tiempo se esforzó en ocultar, cuando arranca con la frase: “Por lo menos los Beatles no se separaron porque empezaran a ser una mierda”. En ese texto, cita al último Lennon, el que le dio una de sus entrevistas finales a Playboy, y desmenuza brevemente el recorrido de los Stones, y no se resiste al chiste fácil de la gira Steel Wheels (Chair) Tour (gira de Sillas de Ruedas de Acero). Aunque, como él mismo escribe: “Y todo esto pasó, hace veinticinco años ya”. ¿Y qué opina ahora que Ringo a los 75 años puede arrastrar a una multitud en Buenos Aires?

“¿Ringo tocó frente a ochenta mil personas? Me resulta sorprendente. Pero debo ser honesto: aunque soy un gran fan de los dos grupos, no me interesa mucho ver hoy sus shows en vivo. Me parece que tengo un poco de prejuicio: creo que el rock and roll es esencialmente música joven. Hoy en día los Stones son como una broma; no están sacando nuevo material, y sólo tocan las viejas canciones de treinta y cuarenta años atrás, para un público de viejos forrados en plata. Estoy seguro de que disfrutan tocar, pero también tratan de ganar el máximo dinero posible. Aquí, en Estados Unidos, los tickets salen cientos de dólares como mínimo. Y a veces me pregunto: ¿No hicieron suficiente? ¿Es realmente necesario? Tampoco me gustan los grupos de pop o de rock en grandes estadios; prefiero descubrir bandas que todavía tocan en lugares más chicos. Ví a los Stones una vez, en 1994, y todo el mundo la pasó muy bien, pero ellos estaban en un escenario enorme y distante. Parecían hormigas.”

La lectura de Beatles Vs. Stones revela algo más. Pese a que todos los protagonistas son septuagenarios y noticias del “diario de ayer” (como el tema que alguna vez Mick Jagger compuso despreciando a una novia), este club de ancianos ruidosos siguen manteniéndose en el centro del ring. Es cuestión de leer algunas de las batallas que libraron (o simularon librar), y resulta inevitable tomar partido por alguno de los bandos en pugna. Incluso hoy, Paul McCartney sigue siendo noticia en todo lugar que pisa, y la gira Zip Code de los Rolling Stones, agota todas las entradas y genera atención que se les ocurra tocar todo Sticky Fingers, álbum que publicaron en... 1971. ¿Será así por siempre? ¿Qué pasará dentro de un siglo?

John McMillian responde: “Sí, la humanidad seguirá hablando de ellos dentro de cien años. Los Beatles fueron la fuerza creativa más poderosa del siglo XX”.

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Rolling Stones / Keith libera ooootro Tema
« on: Agosto 25, 2015, 08:31:15 pm »

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Rolling Stones / MAPA de recorrido Stones por NY, ACTUALIZADO!
« on: Agosto 25, 2015, 08:27:19 pm »
Estimados, acabo de actualizar el 1er MAPA (realizado con Google Maps) 1 Stones en NY, producto de mi viaje.
Sume lugares  datos y otros que nos son stones, pero si referenciales de la cultura musical de la Ciudad (Dakota, Chelsea Hotel, etc).
Para ver disfrutar y difundir si alguien quiere viajar.

https://www.google.com/maps/d/edit?mid=z-hxZuIskcq4.kaJC6EBbUt9o

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Rolling Stones / Ron anuncia show de Faces el 5/09!
« on: Agosto 04, 2015, 04:56:41 pm »
El show sera a beneficio.

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Hago público este texto, para los oyentes de Aspen que preguntaron y curiosos en general de la obra de The Rolling Stones y Keith Richards en particular, gracias y sepan entender al leer que lo mío es la radio.
Saludos!
LR

Impresiones de la escucha en los Estudios Electric Lady (NY) del álbum “Crosseyed Heart” de Keith Richards, con su presencia, a editarse el 18 de Septiembre.
Llegar a los Estudios Electric Lady desde la ruidosa zona de Times Square, donde estuve alojado en Nueva York, ya es toda una experiencia.
New York es una ciudad mutante. De lo bullicioso y comercial de Broadway a lo bohemio, excéntrico y verde del Greenwich Village . Cambio de clima, gente; es definitivamente otra atmósfera.
Caminando por una estrecha vereda se llega a la puerta espejada de los estudios Electric Lady, pararse allí, contemplar esa entrada y sentir que esas veredas soportaron los pasos cansinos de Jimi Hendrix en sus días de gloria; ya es de por sí una experiencia que moviliza.
Un reducido grupo de periodistas y críticos esperaban en la puerta. La cita era a las 19.30. A las 19.20 ya estaba ahí. De a poco empezamos a ingresar.
Una pequeña recepción, con luz tenue, ya entrando en clima de “relax, paz y amor” y una sonriente señorita apostada como en una especie de guardarropa de boliche top, nos indicaba el camino: “Por la escalera, a la derecha, hacia abajo”
Esos escalones de una aromática madera apenas crujían. ¿Cuántos bajaron por ahí además de Hendrix y sus botas? Beck, Daft Punk, Bob Dylan, Kiss, U2, etc.
Las escaleras daban a una pequeña sala de espera, adonde cualquier melómano se quedaría a vivir.
Alfombras, cortinas, una vez más la luz muy tenue de un par de veladores y de una bandeja giradiscos marca McIntosh MT10 que aportaba desde el plato una suave luz verde y sumaba a la magia del ambiente.
Lo bueno de llegar temprano, o a horario, fue que estuve solo unos cuantos minutos allí, probando incluso uno de esos mullidos sillones y disfrutando de esa atmósfera que refería a soul, rock, jazz y psicodelia.
Una voz femenina, desde un costado, me despabiló que debía acercarme hacia ella. Una pequeña mesa con mantel de gamuza negro y allí, desparramados prolijamente , números impresos en plásticos redondos, como fichas de casino. Dejabas tu celular y te daban un numerito. Ah, tu celular quedaba en un estuche de tela negra con impresión en blanco que decía “Keith Richards” “Crosseyed Heart” y que obviamente no había que devolver a la salida…
Desde allí a unos pocos pasos, el ingreso a la sala de grabación.
Sillones negros apuntando a un lateral de una habitación que era una especie de monoambiente “lookeado” bien a lo Keef.
Luces tenues, siempre, que provenían de algunos veladores de época, una butaca en la que nadie se sentó, una mesita con unos Marlboro sin abrir y un encendedor que nadie tocó; dos teclados, una batería y una guitarra que quedaron también allí como meros adornos.
Eramos cerca de 50. Periodistas, críticos, allegados...y yo. Todos dispuestos a sentarnos, tomar una copa de vino, degustar algún canapé y verlo a él, de cerca e intentar intercambiar algunas palabras. Sabíamos que las fotos y notas no estaban permitidas.
En los sillones de adelante y sillas de atrás, anotadores con la foto que será la portada del disco, una lámina con el listado de temas que incluye los colaboradores en cada uno de ellos y un lápiz negro con la impresión en color blanco (como la fundita donde había quedado mi celular) “Keith Richards – Crossyed Heart”.
Allí apareció Keith, cerca de las 19.45. Luego de un ingreso nada glamoroso y mezclándose entre nosotros, me acerco tímidamente para intercambiar algunas palabras. Lo de “tímidamente” fue más que nada porque me di cuenta que el 70 por ciento de los que se le acercaban, lo conocían; y muchos desde hacía tiempo, era notorio por el tenor de las charlas.
Un amable Señor (que nunca supe quién era) me ofrece una presentación, le digo quien soy, "Leo Rodríguez, de FM Aspen 102,3 Argentina"…me mira, y me devuelve la palabra “Argentina”!!!! que quedará resonando por siempre en mis oídos; porque fue dicha con una sonrisa tan ampulosa que la propia Presidenta envidiaría en alguna de las Cadenas Nacionales.
“ARGENTINA!! Ole ole ole ole; oleee Oleee.”
Sin dudas, Keith, tiene algo especial con nosotros. Lo que me recuerda a aquella famosa frase de “Los shows en Argentina comienzan apenas bajas del avión”.
Estrechar esa mano fría, rugosa, de dedos redondeados y moldeados a las 6 cuerdas es demasiado fuerte cuándo caes en la cuenta de que por allí desfilaron por primera y tantas otras veces los acordes de "Satisfaction", "Start Me Up", "Brown Sugar" etc etc...
Saco color cobra, semi dorado, remera color borravino, vincha colorida que hace juego con su pelo gris ceniza y jean negro. Pero por sobre todas las cosas ese movimiento al caminar, aplomado; pero libre y suave al mismo tiempo. Ahí entendí porque lo eligieron para "Piratas del Caribe".
No contestó mi pregunta acerca de los Rolling Stones en Argentina, solo atinó a sonreir, y ante la conformista....¿"y vos como solista"? tiró un cortito y casi inentendible "probably" (probablemente).
Se esfumó entre los presentes. Fueron sólo unos pocos segundos. Los suficientes.
Su abrazo con Steve Jordan habla de lo estrecha de esa relación en lo musical y en lo personal. Baterista, productor y cantante, fue su compañero de ruta en este nuevo viaje solista que es "Crosseyed Heart", el primero en más de 20 años, desde aquel "Main Offender" de 1992 que tan buenos recuerdos nos trae a los argentinos.
Le dan "play" al disco, como si estuviésemos en casa, en nuestro sillón más cómodo, solo que con Keith en el fondo de la sala, con una mano levantando su dedo índice e indicando con la palabra "louder!" que subieran el volúmen y con la otra, sosteniendo una bebida rosa/roja con hielo, cómo única compañera de escucha. Manos que nunca tocaron esos Marlboro que, con un encendedor encima, quedaron cerrados toda la tarde sobre esa pequeña mesita, entre los dos parlantes de madera de un sonido exquisito, que empezaron a sonar en ese instante en el que los amantes de la música sienten que "todo está por descubrirse".
Empieza la tarea de anotar en el block "lookeado" con la tapa del disco, lo mismo el lápiz negro con el nombre del artista y el título del álbum; que con perfecta punta hicieron un tanto incómodos mis primeros finos y desprolijos trazos, los de mis primeras impresiones del nuevo solista de Keef.
En mi otra mano, una copa de vino rosé que acomodaba en el piso de impecable madera, con varios sectores alfombrados, tras estirarme por sobre el apoyabrazos del sillón a la hora de ponerme a escribir.
Ahora, es momento de pasarlo en limpio. Resulta raro escribir sobre las impresiones que quedan, sin poder, como habitualmente hago, reseñar para la radio un álbum, escuchándolo de fondo, así que a apelar a la memoria y a los garabatos que quedaron en mi anotador.

15 canciones, 15 impresiones.
Keith pide que pongan play y dice: "Que lo disfruten, y si no les gusta, dejenlo pasar..."
1 - "Crosseyed Heart", una suerte de introducción acústica con la voz de Keith sonando entre Tom Waits y Leonard Cohen.
2 - "Heartstopper" es lo que primero te despeina. Una locomotora llena de rock que tiene a Keith en guitarra, acústica y eléctrica además de bajo y piano; con Steve Jordan en batería (a quien no mencionaré más, ya que aparece en todas las canciones, salvo la primera). Steve es también el productor del álbum con el propio Keith.
3 - "Amnesia". Rock & Roll clásico, en un medio ritmo, sonando a Tom Petty ya sea con los Heartbreakers o con Mudcrutch. Aires al Springsteen de los 70. (Keith sigue en el fondo de la sala, no puedo evitar girar mi cabeza hacia atrás cada, promedio, 3 minutos.....) sólo me separan de él algunos críticos y periodistas, de tanto en tanto charla con algún amigo. Para esta canción, la participación y el recuerdo de su gran amigo Bobby Keys en saxo, que nació el mismo día que Keith, 18 de Diciembre de 1943 y que murió en Diciembre de 2014. Keys ha sido un gran colaborador de los Rolling Stones, Lennon, Clapton y otros "nenes".
4 - "Robbed Blind" - Balada con aires "country" y algo de guitarra "pedal steel" que le sienta perfecto como cantante; una vez más en el estilo de Leonard Cohen, Tom Waits y aquí agregaría a Lou Reed.
5 - "Trouble" - El espíritu "Stone" renace en este track. El primer corte de difusión (como comentaba en la radio), no merece, para mí, ubicarlo como referente del álbum. El disco es mucho más que este tema y aquellos que lo tomen como única puerta de acceso y no profundicen, se perderán un buen disco de rock, country, blues, reggae y algo de soul.
"Trouble" como single NO es a "Crosseyed Heart" lo que "Eileen" fue a "Main Offender", por ejemplo. Otro amigo de Keith y de la banda, Bernard Fowler acompaña en los coros.
6 - "Love Overdue" - El espíritu jamaiquino, siempre tan presente en Keith llega en esta canción. Reggae, dub y algo de "rocksteady" hacen un buen "refresh" en un disco que tiene en total 15 canciones. Ivan Neville, el hijo del gran Aaron Neville de los Neville Brothers suma y mucho desde los coros y el órgano Hammond, junto a Fowler. Destacadas sesiones de vientos se incorporan con trompeta, trombón y saxo tenor.
7 - "Nothing On Me". Si me preguntan, este era, lejos, el primer corte del álbum. Pegadizo. Con introducción de batería potente (no a lo Charlie Watts) y Keith en guitarras y bajo. Colabora otro amigo, Aaron Neville, aquí si el padre de Ivan , el lider de los Neville Brothers.
8 - "Suspicious" - Una de las canciones íntimas del disco, a medio ritmo y con el aporte en órgano electrónico del maestro David Paich (Toto)
9 - "Blues In The Morning" - Arranca en un "fade in" esta combinación de blues y rock & roll a lo Elvis Presley y Chuck Berry que tiene otra vez a Bobby Keys en saxo. Keith además de las guitarras, toca piano y bajo.
10 - "Something For Nothing" - Estar en N York, tan cerca del Harlem y escuchar algo gospel con Keith en la sala, transmite una sensación particular. Es otro escalón que sube en esa escalera emotiva que te hace dar cuenta de un momento único e irrepetible. El clima gospel lo aporta el "Harlem Gospel Choir" que se entremezcla con uno de los mejores solos de guitarra de Keith del disco.
11 - "Illusion" - Otro tema medio ritmo. Con dos figuras estelares como invitadas, la cantante Norah Jones y el bajista galés Pino Palladino. La voz aguardentosa y áspera de Keith contrasta maravillosamente con la dulzura de Norah Jones, suenan a Caperucita y el Lobo Feroz. Aquí siento que Keith realmente logra despegarse de los Rolling Stones y dar lo mejor de sí cómo solista. Son esas canciones, me imagino, que incentivan estos proyectos en paralelo de las mega estrellas que pertenecen a las grandes bandas.
12 - "Just A Gift" - Otra balada, otro agradecimiento a la vida por ese "gift"; ese regalo divino, esa bendición. Keith logra este clima gracias a la voz de la intrigante y experimentada Blondie Chaplin y con aceitadas instrumentaciones de cuerdas.
13 - "Goodnight Irene" - El clásico folk en ritmo de valz de los años 20 suma otro cover, recordando las grandes versiones hechas entre otros por Bryan Ferry , Eric Clapton, Frank Sinatra y Tom Waits entre otros. Introducción de guitarra folk acústica, ritmo pesado pero no cansador y ese estribillo que le sienta bien a Keith...."Goodnight Irene, I´ll See You In My Dreams" (Adiós Irene, te veo en mis sueños...")
14 - "Substantial Damage" - Rock duro y algo de glam rock de los 70 en "Crosseyed Heart". Escucho la batería y me viene el sonido de Willy Iturri en los días de G.I.T. en los 80. Se me mezcla con el Bowie de los 70 e incluso algo de T.Rex.
15 - "Lover's Plea" - Una balada con elementos de blues y folk a lo Dylan y los pianos y órganos Wurlitzer y Hammond que conviven con la guitarra eléctrica de Keith además de los arreglos de vientos. El disco cierra con esta "súplica de amante".
El disco nos deja conformes, todos aplaudimos y miramos para atrás, pero Keith ya desapareció... Nos observamos unos a otros por unos instante, levantamos nuestras cosas, recogemos el celular en la sala de espera y salimos a la vereda arbolada del Greenwich Village neoyorquino para tomar el subte a un par de cuadras y volver al hotel. Tarea cumplida. Sueño realizado.
Gracias a Eduardo Lizaso y Daiana Dragoun de Universal Argentina por esta invitación que disfruté en lo personal y tomo en nombre de Aspen 102.3.
A uds que leen, fans de los Stones y Keef, a disfrutar “Crosseyed Heart” desde el 18 de Septiembre, en que se edita en todo el mundo. Ah y me permito decirles que más de uno de Uds disfrutará más de este solista del guitarrista de los Stones que de lo que vino haciendo últimamente la banda. Es solo una opinión, que nadie se enoje.
Gracias.

Leo Rodríguez



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Rolling Stones / y agarrate para el documental (es)!!
« on: Julio 28, 2015, 12:08:42 pm »
LO QUE VIENE....
Keith Richards: Documental, de Morgan Neville’s.
Exclusivo en Netflix, 18/09/2015


http://deadline.com/2015/07/morgan-neville-keith-richards-documentary-netflix-premiere-1201486176

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