Un encuentro con el diablo
Se supone que una noche de 1930 o de 1931 Robert Johnson, quizá la figura más legendaria del blues, tuvo un encuentro con el mismísimo diablo. La historia es la siguiente: negro retinto, Robert Johnson nació en 1911 en circunstancias bastante difíciles. Para empezar, fue producto de un desliz amoroso de su madre en el Mississippi de principios de siglo. Como se podrán imaginar, el lugar no era precisamente el más amigable y seguro para los negros. La exclusión social era la regla de oro y las condiciones económicas y sociales tampoco eran prometedoras. El Ku Klux Klan (una sociedad semi secreta que pregonaba la superioridad racial de los blancos) operaba con libertad. El mal pagado cultivo de algodón seguía siendo la actividad principal de las familias negras.
En cierta forma, la vida azarosa de Robert Johnson es el resumen de la vida de todos los otros íconos del blues. Mujeriego fervoroso y persistente, se casó en primeras nupcias con una joven de dieciséis años, que murió dando a luz. El niño tampoco sobrevivió. Desolado por la experiencia, nuestro personaje empezó un peregrinaje por bares, cantinas y por cualquier sitio del sur de Estados Unidos donde el público quisiera escuchar el blues. Por entonces, alegan los entendidos, aún era un músico mediocre.
Cuando Johnson volvió de su recorrido sucedió algo increíble: se convirtió en un virtuoso de la guitarra, en un guitarrista hipnótico, dueño de un excepcional talento. Sus colegas, que antes lo ninguneaban, lo empezaron a admirar. Las mujeres, de las que siempre fue devoto de todos modos, lo volvieron a revolotear. La mala fama de Johnson data de esos extraños días de 1931: cultivó su dudoso prestigio de hombre peligroso, de ser socio del demonio. Para el mito del blues este repentino cambio se explica porque Robert Johnson, durante sus viajes, se encontró en un oscuro cruce de caminos con el diablo. Satán, al tanto de las tribulaciones de Johnson, le hizo una oferta irresistible: a cambio de su alma, el príncipe de las tinieblas le dotaría de la necesaria competencia para tocar el blues. Al parecer las partes cumplieron con el acuerdo: Robert Johnson poco a poco se ha convertido en un referente del blues y de la cultura musical occidental. Sus canciones, a ratos escalofriantes y siempre licenciosas, han sido grabadas y tocadas por los Rolling Stones, por Eric Clapton, por Led Zeppelin, entre otros.
Sus discos se venden por miles -Johnson logró dos sesiones de grabación en los treintas- y sus admiradores los escuchan con la boca abierta. Cuando Keith Richards oyó uno de sus discos por primera vez, se apresuró a preguntar quién tocaba la segunda guitarra. Solo había una: era la de Robert Johnson. La historia tiene un final previsible: Robert Johnson fue envenenado por un marido celoso (el dueño de la cantina en la que Johnson había tocado esa noche) en 1938. Al parecer fue enterrado en un ataúd provisto por la sanidad pública en una localidad sureña llamada Quito, Mississippi.