En el 2002, “Q Magazine” incluyó a los Rolling Stones en la lista llamada “una de las 50 bandas que tienes que ver antes de morir”.
El dictamen quedó en mi mente, pues coincidía en que cualquier persona a la que le corra el rock & roll por las venas o siga los vaivenes de la cultura popular, debía tener la oportunidad de ver, al menos una vez en su vida, al grupo más antiguo en la historia de dicho género musical.
En mi caso, no asimilé la oportunidad que se me presentaba cuando me asignaron cubrir el concierto que celebraron el pasado 18 de enero en el Madison Square Garden de Nueva York hasta poco antes del inicio de la función.
Y es que momentos antes no había indicios de que los “abuelos del rock & roll” habrían de presentarse esa noche en la Gran Manzana, a no ser por un letrero en la marquesina de la legendaria arena: “The Rolling Stones: Tonight - 8PM” leía el anuncio.
A las 6:00 de la tarde, apenas unas 200 personas habían llegado al lugar, algunos luciendo la clásica vestimenta negra con el jacket del típico rockero y mostrando con orgullo la emblemática lengua que representa a la agrupación en alguna pieza de ropa. Pero la cosa lucía aún triste cuando comenzó a tocar el acto de apertura, The Metrics. ¡El Madison estaba casi vacío!
Pero a medida que pasó el tiempo la cosa cambió a eso de las 9:30 de la noche, la escena era otra. Para ese momento ya casi todos los asientos del estadio estaban ocupados y fue entonces que pude apreciar cuán imponente era la tarima. Y sentí esa sensación que anticipa que algo bueno habría de presenciar.
Desde que salió a escena, la banda nos cautivó. Pero fue Mick Jagger el que más llamó la atención al no dejar de caminar de un lado a otro con elásticos y sugestivos movimientos.
Aunque los efectos visuales fueron suficiente para capturar la atención, no hay duda que el punto focal son los veteranos rockeros. Rondan la edad en la que muchos comienzan a coordinar su jubilación, pero allí estaban rockeando como en sus mejores días.
Esa noche, la audiencia estaba compuesta mayormente por anglosajones de entre 40 y 60 años, un público que dejó a un lado sus inhibiciones para bailar, brincar y gritar como adolescentes. Y Mick Jagger los incitaba. El cantante no dejó de moverse, de dirigirse a ellos, de agradecer los aplausos tras cada canción...
El repertorio fue una joya: Jumpin' Jack Flash, Worried About You, This Place Is Empty, Happy, Miss You, Rough Justice, Get Off of My Cloud y Honky Tonk Women...
Y a medida que transcurría la velada sus grandes éxitos se hacían más frecuentes: Sympathy for the Devil, Start Me Up, Brown Sugar...
Momentos memorables los hubo, pero no hay duda que lo más impactante de la velada fue cuando la parte central del enorme escenario se desplazó hacia el medio de la arena. Los músicos parecían flotar en medio del público, que hacía lo imposible por tratar de tocar a alguno de sus ídolos.
“¡Gracias, estuvo fantástico! ¡Buenas noches a todos!”, se despidió Mick Jagger mientras el grupo se retiraba y me enfrentaba con sorpresa a la reacción del público.
Si hubiese sido en Puerto Rico, de seguro que el público les hubiera reventado los tímpanos con la gritería pidiendo “otra”. Los neoyorquinos, sin embargo, poco aclamaron... muchos aplaudieron tímidamente, mientras se oían gritos dispersos que reclamaban más.
Pero los Stones fueron buenos y pocos minutos después el escenario volvió a iluminarse, Jagger apareció guitarra en mano y junto a sus compañeros cantó un rato más.
Satisfaction fue seleccionada para el gran final. Qué mejor número para cerrar que ése, pensé, mientras el Madison se cundía de color al caer del techo una lluvia de confeti. Acababa de presenciar la banda de rock más vieja de la historia, a unos tipos que ya eran famosos en todo el mundo años antes de yo nacer... y mi satisfacción fue plena.
Cuando haga el repaso de mi vida podré afirmar con orgullo: Yo vi en vivo a los Rolling Stones.
He aqui un relato de alguién que cuando los stones eran famosos,
no había nacido.
