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Temas - Fabian

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Fútbol y otros deportes / Mención Honorífica (otra vez!)
« on: Mayo 17, 2011, 12:07:38 am »
Esta vez la mención honorífica está dedicada a los plumiferos: carrizo y al "vende humo"...



http://www.youtube.com/watch?v=rczZiojYQV0&feature=related



Y por supuesto, el premio mayor es para:



http://www.youtube.com/watch?v=MHvy1nipTtw



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Rolling Stones / Los Rolling Stones según Godard (Página/12)
« on: Marzo 26, 2011, 01:22:23 pm »
Los Rolling Stones según Godard

El director francés filmó el proceso entero de creación de una de las canciones emblemáticas de la banda de Jagger y Richards. Las cámaras de Godard se pasearon por el estudio en una época particularmente fértil y caótica de los Stones.
     
Por Horacio Bernades

Que Godard filme a los Stones tal vez suene raro hoy en día, pero en los ’60 no lo era tanto. En plena etapa de cine político, recién lanzadas La chinoise y Week End, hacia fines de esa década el realizador de Sin aliento aterrizó en Londres, con la intención de hacer una película sobre el aborto. Abortada esa idea, Godard cambió bruscamente de ángulo y se puso en contacto con Los Beatles, que no manifestaron el menor interés en ponerse a sus órdenes. Alentados por la modelo y actriz Anita Pallenberg, miembro de su círculo más íntimo, los que dieron el sí a mediados del ’68 fueron los Stones. Jagger y los suyos pulían por entonces un tema nuevo, que iría a parar a Banquete de pordioseros y cuyo entero proceso de creación permitieron filmar a Godard. Se trataba, créase o no, de “Sympathy for the Devil”. La película resultante conoció dos títulos: el que le puso Godard, típicamente matemático (1 + 1 o One Plus One), y el del productor, ligeramente más marketinero: Sympathy for the Devil. Exhibida por primera vez en noviembre de 1968, un mes antes del lanzamiento de Beggar’s Banquet, con el título del mítico temazo circula ahora por aquí –donde la película jamás se estrenó– una impecable copia en DVD, lanzada por el sello Emerald un par de meses atrás.

Como quien talla un bloque de historia, Godard planta sus cámaras en el estudio y filma todo lo que ve. La estructura de bloques por paneles que divide el estudio de la Decca, por ejemplo. Estructura que, llamativamente, tiende a mantener a Charlie Watts, Bill Wyman y Brian Jones dentro de sus respectivas burbujas. Recuérdese: a sus problemas con las drogas, en ese último año de vida Jones le sumaba el hecho de que su flamante ex novia (Pallenberg) era ahora la novia de un compañero de grupo (Richards). Estado de fragilidad que seguramente explica que no siempre se lo vea participando de las sesiones. Apretando los labios, Watts se concentra en sus palillos, mientras a Wyman –pulóver rosa, pantalones rojos, botas al tono– se lo ve tan ausente o aburrido como siempre. Las cámaras de Godard se pasean por el estudio en travellings acompasados y majestuosos (parece como si fuera Max Ophuls el que filmara), captando los más mínimos detalles. Richards toca en patas, las cuerdas de la guitarra española de Jones sobresalen como pelos mal cortados, Jagger mira a cámara y pregunta: “Ça va?”.

Aportando a la documentación de la música del siglo XX uno de sus archivos más preciosos, la composición de “Sympathy for the Devil” pasa, con el espectador como testigo, de una primitiva versión acústica y sin percusión hasta (casi) la definitiva. Incluyendo los solos de Keith Richards y Nicky Hopkins, las congas, los grititos de Jagger y el uh-uh del coro, integrado por Stones & Friends (se divisa, entre otros, a Pallenberg y el productor musical Jimmy Miller). Unico y doloroso manchón, obra del productor (por algo Godard lo fajó y abandonó la sala, el día en que la película se presentó en el Festival de Londres), la idea de dejar oír, completo y en off, el corte final del tema, levantado del disco y sonando como paradójicamente incrustado. En manos de los hermanos Maysles o D. A. Pennebaker, 1 + 1 habría sido una sola: el registro directo de la grabación de un pedazo de historia musical. Para Godard, en cambio, nada nunca es sólo 1.

Además de una novela erótico-política que se lee en off (novela en la que el Papa desvirga a una chica y Marilyn va del brazo con el Che), el otro 1 son aquí varias series de fragmentos intersectados. Cuestión de inscribir lo que sucede en el estudio de la Decca en un marco de época, haciendo chocar, de paso, el documental con la representación y la alegoría política. En esos fragmentos Anne Wiazemsky (protagonista favorita de JLG en esa época) hace de Eva Democracia, unas chicas pintan consignas godardianas en las paredes (“Sovietnam”, “Cinemarxismo” y así), alguien lee Mi lucha en voz alta, Panteras Negras también leen en voz alta a LeRoi Jones (sin lectura en voz alta no habría Godard, ya se sabe), mientras acopian fusiles y ejecutan a chicas blancas. Parafraseando tal vez el final de El desprecio, lo último que se ve es la grúa que se levanta y se va, llevando el cuerpo asesinado de Eva Democracia, entre una bandera roja y una negra. Si Godard nunca sería el que es sin el factor metalingüístico, el Godard de esa época no existiría sin el gusto por la alegoría.


http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/espectaculos/9-21174-2011-03-26.html


Saludos!

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Rolling Stones / Piratas IV: Nuevo trailer
« on: Marzo 21, 2011, 10:33:43 pm »
Keith aparece al final:



El siguiente es el primero que apareció:




Saludos!

6
Rolling Stones / 25 años sin Stu...
« on: Diciembre 11, 2010, 10:04:58 pm »



Saludos!

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Rolling Stones / El rufián más afortunado del mundo
« on: Diciembre 03, 2010, 08:33:26 pm »
El rufián más afortunado del mundo

Convertida hoy en materia de best seller, conviene recordar que la leyenda negra de Keith Richards esconde una laboriosa mitificación. Cuando salió a la superficie, era un cachorro de ojos muy abiertos, eclipsado por pavos reales de la categoría de Brian Jones y Mick Jagger. Carecía de elocuencia frente a los micrófonos y brillaba poco como guitarrista. Cierto que los Stones maduraron tarde: por mucho que uno pueda amar Aftermath, sólo salen de la sombra de los Beatles (¡y Dylan!) con Beggars banquet, publicado a finales de 1968, cuando delimitan un sonido y un universo temático inconfundibles. Con la inestimable ayuda de torpes policías de varios países, Keith Richards se recicla en Enemigo Público número 1 de la civilización occidental. Por voluntad propia, asciende a cabecilla de la pandilla de los malos: Mick Jagger elige esconderse en la jet set. Casado y precavido, cede foco mediático a un Keith encantado de difundir urbi et orbi su estilo de vida y su evangelio del rock. A principios de los setenta, los Stones ofrecen acceso total a cineastas y escritores como Robert Greenfield, Stanley Booth, Robert Frank, Terry Southern, Truman Capote. Este último es demasiado estrellona para aprovecharlo, pero el resto acude al rico panal de Keith, un dispensario de drogas y grandes anécdotas abierto 24 horas al día. Así se amplifican las gestas del Vampiro de Dartford, luego reiteradas en diez mil reportajes y quinientos libros. Con esos antecedentes, sonaba disparatada la cifra de 5 millones de euros que la editorial pagó para que Keith "escribiera" su biografía. Primero, ya conocíamos las partes más sabrosas. Segundo, hace más de 40 años que esta criatura dejó de habitar el mundo real: un libro de esas características requiere un grado de empatía con el lector potencial. Tercero, imposible imaginar a alguien tan perjudicado poniéndose a transcribir -¡con esas manos de pesadilla!- sus recuerdos. Pero tantos millones de dólares permiten contratar a un negro de primera, James Fox. No, no el actor de Perfomance (por cierto, otro más entre tantos supuestamente damnificados por el remolino de los Stones). Este James Fox es el autor del libro White mischief, sobre la turbulenta conducta de unos prósperos colonos británicos, luego transformado en película (Pasiones en Kenia, 1987), asunto muy del agrado de Keith, siempre interesado en exponer la hipocresía de la clase dirigente. Además, Fox está casado con Bella Freud, hija de Lucian y bisnieta de Sigmund; Richards es muy sensible a las grandes dinastías. Richards simpatizaba con Fox, a partir de una entrevista para el Sunday Times, donde le sorprendió indagando por su técnica guitarrística. Para la confección de Vida, el plumilla tuvo derecho a un número indeterminado de charlas que, a veces, se desarrollaron en paraísos tropicales pero sujetas a los caprichos de Richards: los días que le apetecía y a horas intempestivas, sin orden cronológico, con música a buen volumen. Una vez vaciadas las cintas, Fox rellenó el esqueleto con el baúl de los recuerdos: cartas, diarios y las evocaciones de compañeros de viajes. Un coro eficaz, que incluye desde Freddie Sessler, ilustre proveedor de cocaína farmacéutica, hasta la modelo Kate Moss; obviamente, todos avivan el sahumerio. Por el contrario, no participan los personajes peor tratados: Jagger, Anita Pallenberg, Mick Taylor, Bill Wyman.

Hagiografía, claro, pero la genialidad de James Fox consiste en proporcionar consistencia a una historia desparramada y preservar la oxidada voz del canalla. Al final, a lo largo de una semana, le leyó en voz alta el manuscrito; como buen productor, Keith realizó cortes y añadidos. La narración en primera persona logra que hasta los episodios más sobados adquieran intensidad. Y se mantiene un equilibrio digno: se detallan sus grandes hazañas, incluidas las cagadas, pero también se examina el proceso de creación, los misterios del trabajo grupal, su pasión por la música. Sin embargo, no esperen actos de contrición. Por ejemplo, este Drácula alardea de sus biorritmos: "Durante muchos años, he dormido, como media, dos veces por semana, lo que significa que me he mantenido consciente a lo largo de tres vidas". Envidiable, pero ese desarreglo supuso un infierno para la familia, el entorno profesional y los propios seguidores. Si los espectadores tienen que esperar tres horas, que sea: "Nadie había dicho que el concierto fuera a empezar puntual". Son las miserias de mediados de los setenta, cuando Keith se mueve en coche por Europa con su hijo Marlon, responsable de despertar y vestir a su padre: nadie más se atreve ya que el músico se cabrea y saca la pistola. Cuando Richards se entera de que ha muerto su hijo Tara, de dos meses, no suspende la actuación de esa noche ni vuelve para arropar a la madre hundida, a sesenta minutos en avión: "Lo único que me hizo seguir adelante fue Marlon y el trabajo diario que suponía cuidar a un niño de siete años cuando estás de gira". Fantasía pura: es Marlon quien cuida de su progenitor -"papá, que te estás durmiendo"- y le avisa de que debe deshacerse de las sustancias ilegales cuando se acerca otro paso fronterizo. Es un modus vivendi intransferible. Su consejo para aspirantes a explorar el seductor piélago de las drogas duras no tiene precio: "Consume siempre la mejor calidad". Lo dice alguien que -aquí no se confirma- recibía un suministro federal en cada parada de una gira estadounidense, por acuerdo entre el FBI y la empresa patrocinadora.

Imposible renunciar a la valoración moral del sospechoso cuando él mismo dispara a diestro y siniestro. Ahora se cubre con la radiante armadura del caballero medieval, leal con sus amigos y cortés con las damas, pero Keith puede ser expeditivo con los más débiles. Cuando los primeros Stones prescinden, por cuestión de imagen, de Ian Stewart, miente sin pudor: "El contrato con Decca hizo que Stu tuviera que bajarse en marcha: seis tíos son muchos tíos y el que sobra es evidentemente el pianista". Para tranquilidad de su conciencia, Stewart muestra una fidelidad perruna y se vuelve a alistar como road manager. Seis años después, no sufre al expulsar a Brian Jones. El líder inicial del grupo ha degenerado en lastre y además es un enojoso recordatorio de la "traición" que supuso arrebatarle la novia, la salvaje Anita. En 1969, tal despido tiene lógica empresarial, aunque se ensucie unos días después por la extraña muerte de Brian en su piscina. Hoy sabemos que Keith superaría en todo -disfuncionalidad, magnetismo para los problemas, perversidad- al desdichado Jones. Para entonces, Keith ha ascendido a ingrediente esencial de los Stones, gracias a la alianza con Jagger y su creciente perfil público. La organización que les rodea se ha sofisticado: un escuadrón de economistas, médicos y abogados les otorga protección total. De hecho, Vida se abre con un característico patinazo de Keith. Desoyendo los consejos de los nativos, se empeña en viajar en automóvil por territorio hostil (Arkansas) cargado de drogas, alcohol ilegal y algún arma prohibida. Se relata ahora como una comedia de paletos sureños, con sheriff irascible y juez borracho, pero asombra la estupidez del desafío inicial. No siempre fue así. Vida desmenuza los orígenes de Richards, hijo único de una familia proletaria que se rompe cuando la madre, Doris, se marcha a vivir con el tío Bill, un taxista. Un chico despierto que asimila pronto que, para librarse de los matones, mejor buscar un amigo bruto (con el tiempo, se hará inseparable de sus guardaespaldas, comenzando con Tony El Español). Y con mucha potra: justo a tiempo, se beneficia de la eliminación del servicio militar y puede ingresar en una art school, institución pensada para fabricar diseñadores, pero que fue la cantera del pop británico más audaz de los sesenta.

Los momentos más conmovedores de Vida corresponden al Richards desconocido. El periodo de aprendizaje del blues, con divertidos encuentros con la secta de los puristas. El terror de ser zarandeado por una turba de fans histéricas. La primera visita a Estados Unidos, donde mantiene un idilio con la futura Ronnie Spector. El pasmo de encontrarse a su ídolo Muddy Waters pintando las paredes de su discográfica ("imposible", dicen los que trataban entonces al bluesman). La resignación con que asume que su representante neoyorquino, Allen Klein, les ha birlado limpiamente sus grabaciones anteriores a 1971. Toda esa inocencia se pierde con su (auto)promoción a símbolo del rock. Surge entonces el forajido que se identifica con los presidiarios, aunque solo haya pasado un día en la cárcel. El fantasma que planifica visitas a camellos como si fueran atracos a bancos. El defensor de la autenticidad que debe burlarse de las pretensiones de Jagger, sin terminar de reconocer que la longevidad comercial del grupo es obra suya. El egocéntrico que desprecia a los grupos surgidos después de los sesenta, aparte de algunas triviales comparaciones con los Sex Pistols. El cínico que se ríe de las creencias de los rastas jamaicanos pero presume de haber sido aceptado en sus rituales. El espantapájaros maquillado que, no lo olvidemos, facturó los riffs que definen el rock de los sesenta y los setenta.


http://www.elpais.com/articulo/portada/rufian/afortunado/mundo/elpepuculbab/20101204elpbabpor_43/Tes


Saludos!

8
Rolling Stones / ENTREVISTA: KEITH RICHARDS (El País)
« on: Noviembre 27, 2010, 09:21:06 pm »
ENTREVISTA: KEITH RICHARDS "¡Dios mío! ¡La cantidad de pañales que he cambiado!"

Keith Richards

A tumba abierta ha escrito Keith Richards su vida: droga, rock, sentido de culpa, cristos memorables e insultos a Mick Jagger. Pero también familia, amigos, placeres sencillos. El guitarrista de The Rolling Stones salda sus cuentas en una cruda y sincera autobiografía. A tumba abierta ha escrito Keith Richards su vida: droga, rock, sentido de culpa, cristos memorables e insultos a Mick Jagger. Pero también familia, amigos, placeres sencillos. El guitarrista de The Rolling Stones salda sus cuentas en una cruda y sincera autobiografía.

En las últimas semanas, desde que aparecieron en el Reino Unido sus memorias bajo el título de Life, Keith Richards (Dartford, 1943) se ha mostrado muy fiel a su personaje. Por momentos, el guitarrista de The Rolling Stones, músico salvaje a quien ni siquiera han acabado por el momento de domar sus tres nietos, parecía tan pronto iracundo, como a ratos, encantador. Pero siempre directo, transparente, de vuelta de todo, poniéndose el mundo por montera cuando hablaba de su turbia relación con las drogas, de su amistad con Mick Jagger o de sus sentidos de culpa. Así es que la pregunta que uno se hace cuando espera su turno en la antesala del hotel Meurice, en París, 45 minutos antes de la hora pactada –aunque luego todo vaya con retraso– es cómo le encontrará.

En la habitación aguarda otro periodista. En concreto, Markus Larsson, un sueco que, medio ahogado en un té, pregunta: “¿Estás nervioso?”. Nervioso, nervioso, no, responde uno. A lo que él contesta: “Yo sí”.

No es para menos. El tipo había pu-blicado hacía tres años una crítica demoledora del último concierto del grupo por Goteborg. Se preguntó si valía la pena gastarse 100 euros para escuchar a unos tíos que de mala manera controlaban el riff de Brown Sugar. Uno se muestra escéptico ante la probabilidad de que Richards se acuerde del agravio. Incluso de que a estas alturas lea las críticas. Pero el colega dice que sí, que lo leyó y que había jurado machacarle. Demasiado riesgo por un simple sueldo prestarse a un duelo así.

Tampoco parece que Richards ande demasiado soliviantado. Ya a solas, el músico entra en la lujosa habitación con vistas al Louvre y a la Torre Eiffel, tan pancho, acompañado de una copa de vodka con naranja en la mano y despreciando el agua que nos han servido. Llega con su fular estampado de calaveras, haciendo gala de su imagen corsaria que le ha valido el papel de padre de Jack Sparrow en Piratas del Caribe, un elegante sombrero beis y sus anillos dignos de un legendario adepto al vudú en los dedos.

La promoción de un libro poco tiene que ver con el circo del rock. Sus editores lo han padecido. Ha querido viajar en jet privado, alojarse en hoteles de cinco estrellas, algo que, junto a los minutos de promoción, costean cada uno de los sellos que publican el libro por todo el mundo –en España aparece como Vida (Global Reading)–, aunque el negocio empiece a notar los estragos de la crisis.

El caso es que no decepciona. Cuando uno lee esta descarnada y abundante autobiografía escrita a medias con su amigo James Fox –por la que dicen que ha cobrado casi cinco millones de euros– espera encontrar la crudeza de Richards en relación a sus constantes bajadas al infierno. Pero también le ve subir a la Tierra y a veces tocar el cielo. Sobre todo cuando se trata de la familia: su madre, sus hijos, sus mujeres y sus nietos. En Vida, aparte del crápula, además del confeso adicto a la heroína, a la cocaína y los ácidos, camello de John Lennon, uno encuentra el autorretrato de un padrazo orgulloso que presume de haber criado una prole de descendientes muy sana.

El repaso es hondo, sincero, violento, hosco, radical y entrañable con los seres a los que admira y adora, que son muchos. No engaña a nadie, y menos a sí mismo. Igual entona un dramático mea culpa por la muerte de su hijo Tara cuando este apenas contaba dos meses, que acusa a Mick Jagger de intentar traicionar al grupo.

Fue cuando el cantante intentó negociar, aparte de un nuevo contrato para los Stones, uno paralelo que le permitiera lanzar su carrera en solitario. No les dijo ni mu. “Fue una puñalada por la espalda”, escribe Richards. En esa época se ganó el apelativo de la “puta de Brenda”, o “su majestad”, además de ridiculizar el tamaño de su pene, para enfatizar el delirio egomaniaco en el que su amigo del alma había caído. Al parecer, Jagger ha leído el libro. Pero no se ha quejado especialmente. Esas supuestas declaraciones en las que contestaba que nadie puede imaginarse lo que es viajar con un yonqui fueron un bulo que circuló por Internet y que Jagger desmintió más tarde.

Aquí paz y después gloria. Todo sea por preservar el negocio del rock and roll unos cuantos años más. Al fin y al cabo, estos chicos londinenses nunca se metieron en esto para cambiar el mundo, como muchos pueden llamarse a engaño, sino para hacerse millonarios. Y lo consiguieron.

En este libro ha ido usted a tumba abierta. No tengo nada que esconder. También tenía el tiempo, encontrarlo era difícil. Después de la última gira que hicimos se dio la posibilidad, iba a tener tiempo. No fue idea mía, me lo sugirieron, además, diciéndome que James Fox se prestaba a colaborar en ello. Somos amigos de hace años, luego te planteas: es la oportunidad y si no lo hago ahora…

¿Quién sabe? Eso, quién sabe. La vida es un misterio.

Le advierto una cosa. Todo este lujo de promoción, con los editores pagando para que les concedan entrevistas, pertenece más al circo del rock que al negocio editorial. Estos son más modestos. Si tienen que gastarse la pasta en esas cosas, acabarán por no publicar nada, y libros como el suyo no los leerá nadie. ¿Es consciente? Mucho, es mi primera experiencia en este mundo. Aunque hay muchas similitudes entre vender discos y libros. Claro que, un libro es un libro y necesitas más argumentos para animar a la gente a leerlo. Pero, al final, no tiene nada que ver con el marketing, es una cuestión de afinidad. Hago lo que puedo.

¿Se centra en su criatura? Sí y pienso ir a librerías por todo el mundo y conseguir que la gente se lo lea.

Veo entonces que está como un niño con la idea de haber publicado un libro. ¿Lo siente como algo más propio? Pues sí. Al principio pensaba, bueno, tengo cosas que contar, así que no será tan difícil. Pero cuando lo veo ahora, en perspectiva, revivir tu vida dos veces, con la memoria, volver a experimentar ciertas emociones… Mira, las cosas en la vida van pasando, y en la mía todo ha ido muy rápido, he estado a punto de morir, he sufrido accidentes, me he pasado el tiempo muy pendiente de sobrevivir más que de sentir miedo, de hacer, afrontar las cosas sin temor. Pero luego veo que han quedado experiencias muy dolorosas dentro de mí. La muerte de mi hijo...

Terrible. Y no se lo perdona, aunque fuera un accidente. Es natural la muerte, sabes que llegará, tratas de prepararte. Pero aquello fue muy duro.

De hecho, Richards trata de hacer un exorcismo en su confesión. Una buena mañana, el bebé apareció muerto en la cuna. Él estaba de gira. Anita Pallenberg, la pareja del guitarrista entonces y madre de su hijo mayor, Marlon, lo encontró: “Decidí no hacer preguntas en su día. Solo Anita sabrá. En cuanto a mí, nunca debí haberla abandonado. No creo que fuera culpa de ella. Pero dejar a mi recién nacido es algo que no me perdonaré jamás. Es como si hubiera desertado de mi puesto”, confiesa.

Si le digo Doris, ¿qué viene a su memoria? La música. Ni siquiera madre: música. Encendía la radio y la música nos envolvía, si no sonaba nada en la casa, mis alarmas se disparaban. ¿Dónde está mamá? Luego es que había ido a hacer la compra, pero me inquietaba que no sonara la música.

¿Y si le digo Brenda…? Bueno, pues ese es Mick. Un mote de camerinos. No significa nada especial, son cosas de la trastienda. Como los soldados y las barricadas. Son bromas.

Es que no me puedo imaginar a usted dirigiéndose a Mick Jagger diciéndole: Brenda, esto; Brenda, aquello. No, no, es un mote de hace tiempo.

¿Y cómo se lo ha tomado él? Bueno, él ha leído el libro. Se lo di antes de que apareciera. La única queja que tuve por su parte ¿sabe cuál fue?

No… Que contara que había tenido un maestro de canto. Mira, no es nuevo, todo el mundo lo sabe, le dije.

Y otro de baile. Sí, está rodeado de entrenadores, por eso su camerino queda tan alejado del mío. Tiene otra manera de prepararse para salir a escena. Pero no me importa nada de eso, lo que de verdad me interesa es lo que la gente retenga del libro, no anécdotas que tengan que ver con buscar divisiones entre él y yo. Esas bromas no lo conseguirán.

Puede que las bromas no, pero algunos pasajes sobre su amigo son crudos: “Padece el síndrome del solista vocal”. “No formamos este grupo para apuñalarnos por la espalda”. “Cuando echas ácido, todo se corroe”…

Pero con esas anécdotas, un poco fuertes, uno piensa que no queda apenas nada auténtico de lo que fueron The Rolling Stones; que son más una empresa que un grupo de ‘rock and roll’. Existe ese aspecto, pero a la hora de la verdad, en el momento en que estamos en nuestros camerinos y tenemos que saltar al escenario, estamos Mick, Charlie, Ronnie, yo, y a eso se reduce. Te une mucho exponerte ante decenas de miles de personas, es un intercambio de energía muy poderoso. Se abre la jaula y saltamos…

Como leones… Como tigres… Una histeria.

¿Justo como lo contó Martin Scorsese en ‘Shine a light’? No siento mariposas en el estómago, eso hace mucho tiempo que pasó. Pero me encuentro como un tigre enjaulado al que acaban de soltar, lo que probablemente es una variación de lo de las mariposas…

Ustedes, lo que siempre quisieron ser fue millonarios. Nada de cambiar el mundo, como The Beatles. ¿Y quién no? ¿Quién no quiere ser millonario? Nuestra dimensión se salió de madre muy rápidamente. Y nos dimos cuenta de que merecía la pena disponer de dinero para crecer. Cinco chicos que se meten en un negocio que aumenta y aumenta. Te planteas qué hacer con él, cómo invertirlo para superar tus propias barreras. El dinero tiene sus ventajas y sus desventajas. No te diría que podría vivir sin ello. No lo pienso, sencillamente. Soy un tipo generoso, si alguien me pide algo, lo presto sin pensar cuando me lo va a devolver.

En el libro aparecen constantemente The Beatles. No sé si es algo consciente o inconsciente. Esas comparaciones, para usted, ¿qué significan? Desde nuestro punto de vista, todo era muy obvio. Cuando escuchamos a The Beatles tocar en clubes antes de que se convirtieran en un fenómeno, para nosotros estaba claro algo: nos aliviaba saber que éramos la única banda inglesa que hacía cosas distintas. Sentimos también una afinidad por ellos. Aunque vinieran de Liverpool y nosotros les miráramos despectivamente desde nuestro origen londinense.

¿Como si fueran unos pueblerinos del norte? Sí, pero eso también nos sirvió de acicate. En el sentido de que veíamos que si unos chavales de Liverpool podían hacerlo, ¿cómo no íbamos a ser capaces nosotros, que vivíamos en Londres? Si esos tíos habían grabado un disco, ¿cómo nosotros no íbamos a conseguirlo? Meternos en un estudio y gozar de la oportunidad de explorar, trabajar y transformar lo que tocábamos en un disco. Grabar era el mayor deseo de cualquier banda. Sentíamos celos, pero también nos inspiraron.

¿Qué aportaron ustedes de más a esa revolución moral y de las costumbres en los sesenta con respecto a ellos? Para empezar, había una cuestión de imagen. Ellos aparecían con sus trajecillos, sus corbatas, repeinados, muy monos, muy limpios. En Londres nos propusimos ser más auténticos. Durante algunas semanas intentamos lo de los trajes. Pero fue un fracaso: los perdíamos, los dejábamos por ahí. En cierto sentido todo se convirtió en una especie de película del Oeste. The Beatles eran los buenos… Pero, ¿qué sentido tiene que existan si no aparecen los malos?

Quizá ustedes iban más allá a la hora de describir cierta desesperación en canciones como ‘Mother’s Little Helper’, ‘Paint it black’ o ‘Satisfaction’. ‘Sympathy for the Devil’ tenía una clara intención de socavar la moral imperante. Queríamos provocar, destruir clichés y colocar el espejo real enfrente de la sociedad con canciones así. En los sesenta ocurrían muchas cosas, debíamos reflejar un estado de ánimo, más en nuestro país. Veíamos que París experimentaba la locura, había energía por todos lados, pero sin dirección concreta, que nosotros utilizábamos para canciones como Street Fighting man. ¿Cuál es el papel de un artista, aparte de reflejar lo que ocurre a su alrededor? Captar visiones, sentimientos… Es lo que han hecho toda la vida…

Pero, ¿eso se asemeja más a la ambición de un escritor que a la de un músico de rock? En ese aspecto, ¿fueron voluntariamente más allá que otros? Nos dábamos cuenta de que el arma de hacer canciones no era una tontería. Que a través de ellas podías cargar muchas cosas, proponer ideas contundentes, otras visiones, otras formas de ver la vida y la sociedad. Tampoco ser revolucionarios, eso nos aburría. Pero nos dimos cuenta de lo que podíamos significar no gracias a nuestras intenciones, sino cuando el establishment empezó a ponerse nervioso. Y luego te parabas a observar, veías a The Beatles y pensabas: ¿Cómo es posible que el Gobierno se sienta amenazado por cuatro tíos que tocan la guitarra?”. ¡Era alucinante! Y nos animaba. Era la propia reacción de las autoridades la que nos mosqueaba. Podíamos dedicarnos a cantar pamplinas de amor todo el tiempo, era más fácil. Pero esto nos motivó.

Tuvo una gran idea Andrew Oldham al meterles a Jagger y a usted en aquella cocina para que compusieran su primera canción. ¿Cómo fue aquello? Andrew era nuestro primer mánager y productor. El vio un potencial que nosotros ignorábamos. Nunca nos habíamos planteado escribir canciones. Había demasiados temas de rythm and blues que venían desde Estados Unidos y queríamos interpretarlos. Pero Andrew había trabajado con The Beatles y entendía la fuerza de la creación propia, la personalidad que daba a un grupo, era lo ideal. Así que nos dijo: “Meteros en la cocina con una guitarra y salid con una canción”. Nos sentamos un par de horas, nos hicimos té, pedimos vino y pensamos que nos aburriríamos un huevo si no salíamos con algo. Nos pusimos a trabajar y la canción salió naturalmente: As tears go by. Cuando teníamos dos o tres estrofas estábamos deseando largarnos al bar y tocamos la puerta para que nos soltaran.

Quien no llevó nada bien que lo suyo cuajara fue Brian Jones… Es cierto, pero la verdad es que si Brian se hubiese presentado un día con una canción, la habríamos tocado, o Bill Wyman, o Charlie Watts bueno, creo que en el caso de Charlie eso no sería posible, aunque estaríamos abiertos.

Era una cuestión de ponerse, de voluntad. Exactamente, el problema es que él creyó que durante un tiempo iba a ser el líder de la banda, incluso llegó a cobrar 50 libras más a la semana por ello. Pero nuestro grupo era muy democrático, con un toque comunista, y no le salió bien.

De drogas también habla a fondo en el libro. Ah, sí. He tratado ser muy directo en ese asunto. Es una tentación muy fácil para los músicos caer en ese mundo. Cuando yo empecé era un hábito muy escondido, de trastienda. Aquello de ver a los músicos negros y plantearse cómo se lo hacían era normal. Estaban tan frescos a los 40, y yo, con 20, hecho polvo. Había que ver a los músicos negros de jazz con la corbata, el traje. Les preguntaba: ¿Cómo aguantáis el ritmo?”. Y respondían: “Mira, chaval, te tomas un poco de esto, un poco de aquello, te fumas tal…”. Era el comienzo y, además, pensabas que acababas de entrar en una especie de hermandad secreta.

¿Una secta? Casi. Pero pronto acabó, rápidamente se empezó a comentar y a saber, era difícil mantener el secreto. Yo utilizaba la heroína porque nunca me vi capaz de afrontar bien la fama. Sabía que para ser feliz y hacer lo que quería, música, la fama era uno de los precios a pagar, y no me acostumbraba. Era más fácil meterse heroína y utilizar eso como una forma de distanciarse que afrontar la presión exterior.

¿Pero también habría otras razones? Obviamente, era un experimento, con mi propio cuerpo, que siempre controlé bien, aunque bueno, el experimento nunca acababa: seguía, seguía… Lo terminé en 1977.

La verdad es que sobre ese tema, yo creo que ha exagerado bastante. No se le ve nada mal. Es que no estoy seguro de que las drogas afecten tanto como dicen.

¿Ni siquiera al trabajo, como inspiración? Tampoco. Hay dos maneras de verlo. El símbolo fue Charlie Parker. Tocaba como los ángeles, pero era un yonqui. Y eso afectó a muchos saxofonistas. Creían que la droga les haría mejores, pero era mentira. El enorme talento que tenía no se agrandaba por tomar drogas. Con esas cosas te das cuenta de que estás empujando a otra gente, pero lo que en realidad les diría es: No os metáis en esto solos. En mi caso fue una decisión personal y no quería arrastrar a nadie con mi ejemplo. No aumenta tu habilidad, ni tu inspiración, nada. Y si tienes un buen metabolismo tampoco te lo destroza.

Entonces, ¿decepcionado con su experiencia? Lo que sí me parecía estupendo era la percepción del tiempo. Corre de otra manera. El reloj anda, pero a otro ritmo.

El tiempo para cada uno de nosotros es relativo, como todo. Verdaderamente.

Otra cosa que me sorprende de usted es que parece un padrazo. Un hombre de familia. Si uno se detiene a ver las fotos de su libro, en la mayoría aparecen sus padres, sus hijos, sus mujeres. Me llama la atención cómo ellos han llevado las zonas más oscuras de su vida. Su relación con las drogas, su nomadismo como estrella del rock. ¿Muchos traumas? Para mí ha resultado fácil ser un buen padre. Tenía 26 años cuando nació Marlon, rápidamente cayó sobre mí la responsabilidad. Me metía caballo, pero responsablemente. Debía cuidar a aquella criaturita. Pero no me planteaba grandes cosas. Nunca pensé que fuera para tanto. Dependía de cada uno. No era tan determinante. El resultado, al final, ha sido muy bueno. Son muy sanos, tengo tres nietos… Los chicos no se enteraban de nada, estábamos juntos, siempre les cuidaba con mucha paciencia. ¡Dios mío! ¡La cantidad de pañales que he cambiado!

¿De verdad? ¿Con todo el dinero que ha ganado, no le dejaba eso a las niñeras? Un momento, eh. Cuando son tus hijos no quieres dejarle eso a nadie. Su mierda es la mía.

¿En qué cree? No es que crea en muchas cosas, sinceramente. Creo en Dios… cuando me corro.

¿En serio? Cuando me corro. Es el momento en el que exclamo: ¡Oh, Dios mío! ¡Ay, Dios mío!”.

Nos ocurre a muchos. Lo más cercano a la mística. Cierto, esa es la única vez que hablamos directamente con un ser superior.

Me lo imagino. Pero también creo en mí, en mis amigos, en la gente, creo que la buena gente tiene muchas salidas, muchas respuestas. Creo en la vida y en vivirla intensamente, en hacer lo que te apetece y no lo que debes solamente, aunque sé que ese es muchas veces un sueño imposible de cumplir, que hay que buscarse la vida en lo que se puede y no en lo que uno quiere. Pero, más allá, creo en que hay que abordar la vida con pasión, como yo le he hecho, aunque los grados de eso varíen. Imagínate: ¡hay tíos apasionados con el trabajo!

Rarezas. Cada uno deberíamos seguir lo que nos interesa, en la medida en que la libertad nos lo permita. Lo ideal es que todo el mundo sienta en lo más hondo la libertad y que sepa qué coño hacer con ella.

Y tanto. Comenta en su libro que ni The Beatles ni The Rolling Stones hubiesen durado más de dos años si no existieran los discos. ¿Qué hubiese sido de ustedes hoy en día? Todo habría sido distinto con tanta tecnología. Quizá todavía es pronto para calibrar cuánto nos va a afectar. La verdad es que el formato disco nos daba tiempo para explorar, expandirnos, ser muy creativos. El público buscaba un álbum completo, como una obra, no una sola canción. Todos aprovechamos mucho esa manera de trabajar. La tecnología ha cambiado los ritmos de las grabaciones.

¿Volveremos a verles por ahí? Espero. Yo no paro de componer, la mayoría son malos temas. Una idea, un esbozo.

Lo que sí he visto que le trae buenos recuerdos es España. Valencia, las naranjas, su primera noche con Anita Pallenberg… Y tanto, Anita… Era primavera, y cada kilómetro que avanzabas hacia el sur todo parecía más exuberante, hasta que llegamos a Algeciras.

Eran los sesenta, por aquellos tiempos, The Rolling Stones no habían aparecido por España. Nos encantó hacerlo más tarde, pero en esa época tenían un régimen que… Apartaba al país de nuestro recorrido. Pero después hemos vuelto a menudo. Aquel concierto en Madrid cuando cayó la tormenta. Ha sido otra de las veces en las que he exclamado: “¡Oh, Dios mío!”.

Pasado el tiempo pactado, Richards sale encantado de la vida con el aroma de las naranjas valencianas y el recuerdo de Anita Pallenberg en la cabeza hacia su próxima cita. Parece incapaz de matar una mosca. Días después salta la noticia: “Keith Richards golpea a un periodista”. El pobre crítico sueco tenía sus razones para andar nervioso. En cuanto se enteró de que había sido él le atizó en la cabeza. Ya saben, Doctor Jeckyll y Mr. Hyde. A mí me tocó el primero, el padrazo, el que cambiaba los pañales. Luego se transformó.



El niño que vivía rodeado de música

Keith Richards (Dartford, 1943) creció rodeado de música. Su madre era aficionada a las grandes voces negras del jazz y tenía constantemente la radio puesta. Aunque lo que fue revelador para el niño fue escuchar un día a Elvis Presley. Eso le cambió la vida.

En 1959 fue expulsado de la escuela de Dartford y pasó a la Sidcup Art College. Allí empezaron sus inquietudes artísticas, que no musicales, esas habían sido cosa de su madre y su abuelo, intérprete de jazz. En 1960 se reencontró en el metro con Mick Jagger, a quien conocía de su época de la escuela primaria. Entonces, Jagger estudiaba en la London Schoool of Economics. Le llamó la atención que llevaba discos de Chuck Berry. Los dos adoraban el rythm and blues. Con el tiempo, en 1962, formaron The Rolling Stones, la banda más longeva de la historia del rock.


http://www.elpais.com/articulo/portada/Keith/Richards/elpepusoceps/20101128elpepspor_8/Tes


Saludos!

9
Rolling Stones / Videos de Jagger en el mundial
« on: Noviembre 13, 2010, 02:15:40 pm »
Como vivió Mick los partidos del mundial de Sudáfrica...






Saludos!

10
Rolling Stones / I FEEL LIKE PLAYING
« on: Junio 04, 2010, 10:47:29 am »
I FEEL LIKE PLAYING es el nuevo disco de Ronnie...

En el sitio oficial pueden tener mas info sobre el disco y escuchar una de las canciones:  "Thing About You"

http://www.ronniewood.com/album_promo.aspx


Saludos!

11
Rolling Stones / "Following The River" en la web oficial
« on: Mayo 14, 2010, 12:46:52 am »


14,00 Hs Argentina y Uruguay
13,00 Hs Chile
12,00 Hs Mexico
19,00 Hs España

Creería que así están bien los horarios, cualquier error me corrigen.

Saludos!

12
Fútbol y otros deportes / Mención Honorífica
« on: Marzo 25, 2010, 11:33:47 pm »
CHILEEEEENO...
CHILEEEEENO...

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CHILEEEEENO...
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CHILEEEEENO...
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13
Fútbol y otros deportes / La historia SIEMPRE se repite...
« on: Marzo 25, 2010, 10:16:43 pm »
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Rolling Stones / New Barbarians - Nuevo Libro
« on: Octubre 12, 2009, 09:04:56 am »
El libro sobre los New Barbarians se llamará:
New Barbarians - "Untamed & Unleashed".
Una obra de Arie Elgersma, que trae fotos, articulos y demás cosas sobre la banda de Ron y Keith.
Dicha publicación vendrá acompañada por cd con los ensayos de Culver City y dvd del festival de Knebwoth 1979.
El libro aún no está disponible, porque todavía se están resolviendo las cuestiones legales del lanzamiento.
Las utilidades serán donadas para  A.R.T Wood Foundation.
El precio previsto será de 70 dólares.

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Rolling Stones / Corazon de STONE
« on: Agosto 02, 2009, 01:49:33 am »
Este es mi sitio:


www.corazondestone.com.ar



Saludos!

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